Guille me
dice que quiere que pierda el Cuervo, para que se complique su lucha por la
permanencia y se dirija a jugar a la categoría B, con la descalificación que
ello conlleva. Es un hincha de Boca, que es la Derecha en el deporte, y
sus intenciones tienen que ver, por esa diestra condición, con razones
individuales.
El fútbol es un falso y meta reparto de gloria y poder que se actualiza constantemente, el cual se mide por variables que poco o nada tienen que ver con la justicia. El gol, un acto poético más parecido a un facaso que a un orgasmo, es un accidente casual o causal, y de su entidad depende poco (aunque se quiera creer lo contrario) la historia o la relación que tenga cada uno con la belleza.
Cuando se habla de futbol se habla desde una posición de poder, primero; luego se entablan discusiones proto-estéticas o de justicia (al estilo de Carrió: desde el denuncismo matriculado, la resignación por las mafias y su relación con los resultados, etc.). En esa balanza, Boca Juniors es la Derecha. Posee el visto bueno de los medios, quienes quieren ubicarlo en las posiciones más altas por beneficio propio; entabla históricamente las prácticas más chantas que puedan deparar en un triunfo que duela; tiene una estadística arbitral que habla por sí sola; posee una fuerza de choque que sirve de brazo armado y etcéteras que tienen desde la forma del mandato de Mauricio Macri, hasta bemoles de sinécdoque como los festejos de Sofovich, Pergolini y “la mitad más uno” (en el mejor de los casos: vocación de poder). Y la confianza del hincha de Boca recae en cuestiones de historia pero también de potencia de la misma con el cristal capitalista (ahí reside la tragedia que vive el hincha de River, que se descubre sin poder pagar la hipoteca del palacio de cristal del que era dueño).
El fútbol es un falso y meta reparto de gloria y poder que se actualiza constantemente, el cual se mide por variables que poco o nada tienen que ver con la justicia. El gol, un acto poético más parecido a un facaso que a un orgasmo, es un accidente casual o causal, y de su entidad depende poco (aunque se quiera creer lo contrario) la historia o la relación que tenga cada uno con la belleza.
Cuando se habla de futbol se habla desde una posición de poder, primero; luego se entablan discusiones proto-estéticas o de justicia (al estilo de Carrió: desde el denuncismo matriculado, la resignación por las mafias y su relación con los resultados, etc.). En esa balanza, Boca Juniors es la Derecha. Posee el visto bueno de los medios, quienes quieren ubicarlo en las posiciones más altas por beneficio propio; entabla históricamente las prácticas más chantas que puedan deparar en un triunfo que duela; tiene una estadística arbitral que habla por sí sola; posee una fuerza de choque que sirve de brazo armado y etcéteras que tienen desde la forma del mandato de Mauricio Macri, hasta bemoles de sinécdoque como los festejos de Sofovich, Pergolini y “la mitad más uno” (en el mejor de los casos: vocación de poder). Y la confianza del hincha de Boca recae en cuestiones de historia pero también de potencia de la misma con el cristal capitalista (ahí reside la tragedia que vive el hincha de River, que se descubre sin poder pagar la hipoteca del palacio de cristal del que era dueño).
Un
personaje llamativo que se identifica como Ruben Casla puso hoy ante sus
contactos una muestra más del sufrimiento por la agonía que vive San Lorenzo de
Almagro. El ser humano necesita la ilusión de control sobre eventos que lo
trascienden y el bueno de Ruben lleva un gorro que le trae suerte y va a la
cancha a los partidos del campeonato y de la copa argentina. Lo cierto es que
salvo que se alteren los átomos en los cuales acontece el partido, nada puede
hacer un tercero por el resultado de un partido. No puede cambiarlo,
modificarlo, alterarlo. A su condición, el resultado del partido ya ha sido
escrito. Ya le cobraron, antes de que vaya a la cancha, un gol inaudito a Colón
contra San Lorenzo, un gol que nació pase, sin identidad, y ganó ontología
desde la maestría poética del sinverguenzas de Abal. Ya sucedió, también, el
gol de Banfield a los cuatro minutos del tiempo suplementario, empatándole el
partido a San Lorenzo. Son cosas que sucedieron antes (e independientemente) de
que Ruben Casla decida ir a la cancha. Hechos autónomos sobre los cuales no
tiene control. Éstos, sin embargo, lo angustian personalmente, porque es su
moral la que está en juego por terceros. Cambian sus átomos en un gol de San
Lorenzo, pero él no puede alterar lo que suceda con San Lorenzo. Ésto,
seguramente, es la agonía. Esta pulsión de muerte escondida en eventos
cotidianos, este ateísmo evidente en el caos misticista que tiene entre otras cosas
la contratación del gran Ser Humano Caruso Lombardi (yo antes afirmaba que
Jesucristo es el Caruso Lombardi de la Historia; hoy podríamos afirmar quizás lo
contrario).
Le decía
a Aven que había que ir a la cancha a ver al Ciclón, ahora que en mi trabajo me
van actualizando la data de su pésimo presente. Ya pasó la campaña nefasta de
Asad, ya pasó el esfuerzo trunco de Madelón, y Caruso tiene la mística de la
joda. Ir a la cancha, de joda, para salir de joda. Pero Aven no tiene un gran
presente. Me dice: “Buscamos la intensidad en otras experiencias porque
la del amor es tan infinitamente dolorosa que la eludimos, o la tenemos en
plazos cortos, para evitar la unión absoluta del dolor con uno mismo en todos
los tiempos posibles del recuerdo, la desesperación”.
Estamos en
un bar a los gritos, luego escapando de un trabajo, luego en mi casa, o en Guerrín, o en una fiesta en Chacarita. Pero nada cambia. Me ilustra una anécdota con su
profesor de violín. Este le dice: “Las mujeres desde el principio saben
lo que quieren, estabas conviviendo con alguien que no era auténtico. Lo único
que podés hacer es disfrutar de los buenos momentos mientras se apegó a vos,
luego ya está. Las minas lo primero que hacen es construir el nido, eso les
lleva mucho trabajo, y tardan en desintegrarlo. Van a dejar hasta que las
prendas fuego, son capaces de seguir hasta que las mates. Tienen la capacidad
de cambiar, de adaptarse, de modificarse, el hombre no, yo te puedo obligar a
hacer cosas que no quieres, las harás pero vas a sufrir toda la vida, en cambio
la mujer puede cambiar, el problema es que luego no saben quiénes son cuando
están solas. Lo importante es que vos no cambies, que sigas con el violín, que
no se aleja nunca, bueno, más allá del violín lo que quiero decir es que esta actividad
es la que te define.”
Tomamos un vino y medio antes de entrar a ver a Bob Dylan en
un teatro del centro. Antes varias cervezas. Aven se da vuelta en Guerrín
presintiendo fantasmas presentes. Cuando es la hora caminamos esas pocas
cuadras y entramos a la fiesta del pasado, al estado de espectación
sanlorenzista de todos los domingos, pero ahora es el Tiempo el que se hizo
presente, en forma de facazo, no de orgasmo.
Nos
mandábamos mensajes de texto con Aven mientras tocaba Dylan en el Gran Rex, o
la versión Pato Donald de Bob Dylan haciendo temas de un futuro disco
“rockabilly and Dylan”. Yo estaba en el centro del super pullman, fila 6 al
medio. Él en la misma fila a diez metros a mi derecha. Vino una vez a mi lugar
porque yo había entrado las cervezas compradas en el quiosko de al lado en mi
morral, y luego ya hice contacto con quienes me secundaban en aquel hermoso
espacio geográfico. Imaginaba que si estallaba afuera una guerra nuclear y
pintaba una improvisada cuarentena, aquél era un lindo espacio, por la
arquitectura y la gente presente. Me había cruzado abajo a Arnedo, seguramente
había más etcéteras etcéteras etcéteras. En un momento, supe iniciar un cántico
justo que rezaba “olé, olé, olé, olé, Judas, Judas” que fue repetido con risas
por parte del coqueto sector. Dylan vestía el sombrero que tiene el lustrabotas
de la calle Florida y caminaba como Munstock en un conocido sketch.
En un
momento voy al baño y confundo una escalera, y entro y estoy en el piso
principal, con Dylan a pocos metros. Vuelvo en busqueda de cerveza. Le mando un
sms a Aven “es ésta y después Blowing in the wind”. Lo que sigue no merece
ningún relato épico.
Cuando
estábamos a dos cuadras, entrando a un bar, un grupo de jovenes nos previenen
que ahí no había mucha gente. Aven ingresó con más fuerza y yo les dije
“acabamos de ver a Dylan, así que peor que eso no puede ser”.
–¿Ah, si?
–me inquirió una joven–, mi hermano dijo que le gustó.
–Charly
García, ahora, es un avión al lado de
Dylan.
Los jóvenes
entendieron perfectamente a qué me refería. En ese mismísimo momento, lunes a
las 00 hs, estaba haciendo locuciones para un programa de jazz latinoamericano
(@robadoelmar), en FM Mundo Sur, 106.5. Para ese programa me reúno en la casa
de Guille a grabar mientras miramos San Lorenzo-All Boys.
Gigliotti
no cumplió la ley del ex. Con Guille conjeturamos que la derogó el poder
legislativo algunos días atrás. Y cuando Caruso cambió a Gigliotti por Bueno,
especulamos que “hay una ley del ex dando vueltas” y que puede recaer en Jonathan
Ferrari. Se tilda rápidamente de Topo a Gigliotti, que le robó un gol a
Salgueiro y que jugó para All Boys el tiempo que lo dejaron.
San Lorenzo
se fue a la B, o se
quedó. Hay que ver qué balanzas inclinan qué realidad externa. El clasismo,
interno, condenado a extenderse como una metástasis fiel.
2 comentarios:
Peor que Dylan y Charly es el blog de Arqueck, decididamente.
En el terreno de la comparación, ya participar es salir ganando. Agradezco la mención.
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