Una discusión que llega tarde y entre paréntesis: ¿El rock murió? ¿No habrá más guitarras eléctricas en centralidad, o lo que no habrá más es centralidad?
Texto e imágenes por Nahuel von Karg (original de Centro Hausa)
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Múltiples reportes dan
cuenta ahora mismo de un debate que atraviesa sobre todo a quienes, ya
transitando los treinta y algo de años, vemos que el trono del presente ha
pasado hacia generaciones que administran el capital cultural con otras pautas,
aquí y en todas partes del mundo.
El debate es sobre el rock, su muerte, su vencimiento. Y las
estadísticas globales que lo desnudan. La pregunta es: ¿el rock perdió el reinado
como Embajada de lo nuevo en la sociedad y se volvió un género anclado e
inofensivo con destino de jazz, tango, música clásica (ghetto vintage, música para músicos)? Y, ya que estamos, ¿cada
persona queda anclada en lo que escuchó cuando era adolescente y el rock está
hipotecando su posteridad?
Hay dos variables para analizar la vigencia del rock ahora y
compararla con su presunta época de oro (segunda mitad del siglo XX) y esas
son: los festivales (y su actual hibridación de públicos etarios diferentes) y
la visualización abierta de consumos (que permite comparar géneros que antes
transitaban paralelas).
Si vamos a 1978, año posterior a la llegada del punk,
descubrimos que en el top 100 de singles de Billboard (comparable al actual conteo de reproducciones por single, en Spotify y Youtube)
la presencia del rock fue más simbólica que cuantitativa; dos, tres temas con
guitarra eléctrica cada veinte de Diana Ross, Bee Gees, Air Supply. En 1994,
apogeo grunge, el top 10 es con Ace of base, All4One, Boyz II Men, Celine Dion, Mariah Carey. Y así con
el resto. ¿Por qué en estos años, entonces, no parecía que el rock temblaba
ante estos otros consumos que no cuentan hoy con las reproducciones de Nirvana
o The Clash? Más allá de las ventas en long play, se advierte que Pearl Jam y
Ace of base eran paralelas para públicos que no obtenían información uno del
otro, y Lali Espósito hoy comparte escenario en Lollapalooza y conteo en
Spotify y en Youtube con, por poner un ejemplo, Greta van Fleet (y ya que
estamos, ¿por qué pensamos que la banda estadounidense es el eco del eco del
eco –cien años de perdón– y la multitalentosa artista argentina un exponente
renovador de un formato sin pasado?).
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EL 14 de febrero del 2019 Mario Pergolini presentó a Paulo Londra en su programa de
radio en Vorterix como “alguien que en seis meses superó con dos canciones, en
reproducciones, a toda la obra de Charly García, Spinetta y Soda Stereo” (y
menos mal que no lo cotejó con The Beatles). En su nota de tapa en la revista
Rolling Stone sobre Duki, Lucas Garófalo también compara las métricas del héroe
del trap local con las de Charly García, a quien más o menos le perdona la vida.
Evidentemente la movida de trap argentina que presenta artistas jóvenes (!) con
una identidad novedosa y que resuena en el extranjero (allí están las giras de diversos
integrantes de esta camada por América y Europa) es un activo que el rock, por
diversas cuestiones, parece haber perdido (la preadolescencia, la visión de
hermanx mayor que aparece como quiebre del sistema para traducir la experiencia, ayer en revistas y
recitales, hoy en instagram y youtube).
Actualmente All4One no tiene la vigencia (es decir, la
validación de una obra bajo instancias de juicio futuras, cambiantes, múltiples)
de los Sex Pistols, ni Boyz II Men la de Janis Joplin (ni la de Joni Mitchel,
ni la L7, ni la de Juana Molina, etc etc), ni Shania Twain la de los Rolling
Stones. Pero es cierto que Miles Davis,
Carlos Gardel y Mozart también ganarían una batalla a cien años contra el mejor
postor del rock de aquí a diez años, sin que eso augure esperanza per sé a géneros que representan en sus
triunfos actuales la excepción a la regla.
Y el activo del rock, lo que extendió su vigencia por más de
medio siglo, fue la evolución del sonido, justificada por las posibilidades crecientes
de sus instrumentos, de su tecnología. Allí donde el jazz se encerró en un
cuarto de variantes (pese al estallido renovador modal de Miles Davis y George
Rusell) y el tango no pudo abrirse a tiempo (Piazzolla como anticristo de lenta
absorción, y la fusión con música electrónica como manotazo de mercado cual
ingreso de vicepresidente de partido opositor), el rock siempre tuvo un as bajo
la manga. Electrificado luego del blues, se hizo música de protesta,
contracultura, distorsión, pop, psicodelia, progresivo, heavy metal, punk, funky,
disco, synth pop, glam, grunge, rap-metal, nü-metal, ¿etcéteras? Decaída una fase, surgían
veinteañeros a pasar la tradición del sonido que los había criado por el filtro
de la tecnología y del clima de su época. El tiempo dirá si el trap se declare
cultor de un linaje y pida un ADN rockero (¿Illya Kuryaki?, ¿los estallidosprogresivos de Ca7riel y Paco Amoroso?, extendiendo esta tradición con
un ingreso comunal alla Reggae, o integre lo que fue la soleada y solitaria avenida
del rap en la cultura rock americana. Una clave para desmentir esta última opción:
la discriminación del hip hop dentro de la estética rock anglosajona fue y es
hija directa de la discriminación de las pieles, y ahí están los “rockeros”
Beastie Boys y Eminem, eminentemente blancos; acá hay grieta de clases pero ése
nunca fue un problema. Fue la cumbia la que tuvo la relación con el rock que el
rap tuvo allá, legalizarse de a poco. (No por horrible deja de ser verdad.)
3.
Marilina
Bertoldi, artista de rock de última generación y reciente tapa de la revista
Rolling Stone argentina, se manifestó aireadamente en recientes stories de
instagram en contra de las múltiples versiones de la “muerte del rock”, que
ella relaciona con la negación de un cambio de época por parte de una estirpe
de varones en duelo. “La historia del rock fue hasta ahora la historia del
hombre en el rock”, manifestó en cuanto al reparto de tareas y de recompensas en
su actividad, pero no sin una cierta lucidez cruel que daña también, lateral e
inconscientemente, a sus precursoras (cada generación nace asesina, se sabe).
Es cierto que hubo una iconografía del rock en la imagen del depredador rockero
reventado, que puede resumirse como escuela en todos los blogs anónimos de
denuncias por abuso (la otra iconografía es la apatía aristocrática
antiempresarial cuyo árbol desciende de Dylan). Pero suena arriesgado asociar,
no sólo la caída visible y mundial del
sonido de guitarra eléctrica (y de batería analógica) en los rankings globales
de consumo, sino también la pérdida de centralidad del rock, a este cambio de
paradigma fruto de las conquistas sociales de esta nueva mayoría, y al noble
derrumbe de las licencias de las que gozó el “artista” varón, desde el
Renacimiento hasta el #MeToo.
(Agregado
gratuito y contraproducente: Ya que hablamos de dominación y estética,
podríamos agregar a “la historia del rock fue la historia del hombre en
el rock” un “la historia del arte es la historia de la clase alta” para evaluar
si la relación entre producción de clase alta, media y baja no es, en todas las
modalidades y disciplinas –incluyendo claro al rock, que siempre trató a la
humanidad (iconografía 2) como al personal de limpieza de su casa–, histórica y
respectivamente, de 85%,14% y 1%, grosso
modo.)
Pero,
volviendo al presente, la estrategia del rock ante el zeitgeist hiphopero que se contagia (ahora sí, ellos) de las tecnologías de producción musical y comunicación
audiovisual diseminadas en cada hogar (lo que fue la vhs y el crack para el hip hop de los noventas,
acá traducido por alumnos de cine, dos locaciones y poner el contra fuerte para
que se vea el humo del faso, en instantáneamente exitosísimos videos de youtube
que serán lo más visto de su carrera por varias generaciones de directores –¡excelente!
–), parece haber sido
replegarse en el pasado. Volver a la guitarra, re-presentarse en ausencia (las
biopics de Queen, Mötley Crüe y Elton John), enmarcar la historia dentro de lo turístico (los recitales
de hologramas, la estatua de Lemmy en el Rainbow de Sunset Strip), y la era de
los micropúblicos, y la era de la remake (los capítulos que vienen, el 4/7 y el
18/7, respectivamente, en este mismo baticanal). En cinco, diez años, sabremos
si alguien de veinte años provisto con una guitarra eléctrica pueda inventar un
sonido que dé un poco de vida al género de Jimi Hendrix, ya con la tumba del
K-Pop enterrada.
Quién
sabe. Quizás, para ese entonces, no podamos distinguirle de una inteligencia
artificial.