1.
Boris me
putea porque no lloro, intelectualizo las emociones. Estamos en una pileta y
anochece. Una perra, con el mismo nombre de la perra del muerto, me araña el
cuerpo. El muerto está ahí, arrodillado en un bosque en posición budista, en
una foto posteada en facebook. Está en videos abrazandome, en videos subidos
por él. En fotos de mi celular, hace tres semanas. Pienso en la tensión de
intelectualizar las emociones, arrojada esta tensión en una carta de suicidio,
en otra carta de suicidio un minuto más tarde, ver las letras, pensar si se
releyeron estéticamente por su autor, conjeturar si fueron manuscritas o
escritas en computadoras, el proceso de impresión, la red de etcéteras
posteriores.
Hay un
abismo entre la vida y la muerte, más allá de la obviedad del plano. Es que la
muerte es un lugar común (desde una perspectiva literal, geográfica, el no
lugar, común a todos), el Tema.
Cuando te avisan que un amigo tuyo se pegó un tiro con una escopeta de 40 años,
no lo creés, pero lo creés. Y lo llamás para ver si te contesta. Y no contesta
nadie.
2.
Aven me
manda un sms: “No tenemos que dejarlo salir más así”. Habla de Boris, golpeado
por el evento y luego por policías. Le respondo: “Un bajón. Esta boludez del
rock and roll, esa mala traducción del romanticismo alemán hecha de reviente,
hay que aprender a dejarla atrás”.
Cada texto,
cualquiera sea, se escribe en primera persona del singular.
3.
Hay que
agarrar la muerte y volcarla en todos lados. Pero, lugar común, la muerte ya
está arrojada en todo. Y entonces eso
molesta de la Muerte
(además, obviamente, de que ir solo a algún lugar es no ir a ningún lugar): cuando aparece, acá nomas, en alguien que extrañamos; que nos recuerden que nos
formamos desde la mortalidad, que nos recuerden que todo está todo el tiempo volcado
de miedo, de muerte, de Nada.
4. Anti Kant
Guille me
comenta que soñó con Malcolm. Yo soñé que me apuntaban con un arma. Le comento
que ahora va a estar presente, porque está dentro de nosotros, es nuestro. No
una persona que no responde un sms, un pibe libre que se puede ir a vivir a
Santiago del Estero y si quiere no te ve. No, ahora es una parte de nuestro
cerebro.
5.
El proceso
violento de ruptura con ese ser humano me llevó a la pérdida de ese cuerpo,
afectada también por los procesos químicos que suscitaban y desataban cada
encuentro que tenía con él. Desde el 12/10/2012, 18 sms de él a mí; 18 sms míos
a él.
6.
Me gustaría
saber cuál es la estadística del tiempo que transcurre entre que alguien
escribe cartas de suicidio hasta que sucede el mismo. Pensar en que transcurran
semanas, meses, años. El papel de las señales públicas también desencadena una
inercia retroactiva muy alta: lo que hace dos noches me parecía imposible, hoy
me suena inevitable.
7.
El barrio
lo volvió un pacífico antihipster. Fue obsesivo en sus consumos de todo tipo.
Sólo escuchaba cinco o seis artistas/bandas, con seriedad implacable. Monógamo
de vieja escuela. Fue clásico. Un elegante caballero clásico que tomó en cuenta
la dimensión estética de la cultura rock de los noventa. Respetuoso de las
decisiones de vida de los demás, se volvía intolerante con pequeños rasgos ajenos
como la música, el mal humor, la presencia de alguien que no fuera del entorno
más íntimo. Moralmente normal, políticamente conservador, misógino con
vacaciones de derechos humanos. Afecto a la doble vida, salía con nosotros
cuando dejaba de estar con su novia o sus amigos del barrio (el barrio
post-noventoso: esa esquina de planes químicos sin deseos existenciales), y
abandonaba nuestras noches, de improviso, para proseguir en otros lares,
públicos o privados. Afecto a la separación, se drogaba en privado y separaba
ámbitos sociales.
8.
Pensar en
alguien y que se te aparezca un cuerpo con el pecho abierto desparramado, en el
piso con cartas de suicidio, la novia llorando enfrente y el hermano bajándose
del auto. Ese pibe que amaste, tu compañero de banco de secundaria y de viaje ricotero, estuvo quince minutos agonizando, y cuando ve a
su hermano bajar del auto, hace contacto visual, y muere.