lunes, 7 de mayo de 2012

San Lorenzo y Dylan sacandole granos a un teclado nogalet


Guille me dice que quiere que pierda el Cuervo, para que se complique su lucha por la permanencia y se dirija a jugar a la categoría B, con la descalificación que ello conlleva. Es un hincha de Boca, que es la Derecha en el deporte, y sus intenciones tienen que ver, por esa diestra condición, con razones individuales.

El fútbol es un falso y meta reparto de gloria y poder que se actualiza constantemente, el cual se mide por variables que poco o nada tienen que ver con la justicia. El gol, un acto poético más parecido a un facaso que a un orgasmo, es un accidente casual o causal, y de su entidad depende poco (aunque se quiera creer lo contrario) la historia o la relación que tenga cada uno con la belleza. 

Cuando se habla de futbol se habla desde una posición de poder, primero; luego se entablan discusiones proto-estéticas o de justicia (al estilo de Carrió: desde el denuncismo matriculado, la resignación por las mafias y su relación con los resultados, etc.). En esa balanza, Boca Juniors es la Derecha. Posee el visto bueno de los medios, quienes quieren ubicarlo en las posiciones más altas por beneficio propio; entabla históricamente las prácticas más chantas que puedan deparar en un triunfo que duela; tiene una estadística arbitral que habla por sí sola; posee una fuerza de choque que sirve de brazo armado y etcéteras que tienen desde la forma del mandato de Mauricio Macri, hasta bemoles de sinécdoque como los festejos de Sofovich, Pergolini y “la mitad más uno” (en el mejor de los casos: vocación de poder). Y la confianza del hincha de Boca recae en cuestiones de historia pero también de potencia de la misma con el cristal capitalista (ahí reside la tragedia que vive el hincha de River, que se descubre sin poder pagar la hipoteca del palacio de cristal del que era dueño). 

Un personaje llamativo que se identifica como Ruben Casla puso hoy ante sus contactos una muestra más del sufrimiento por la agonía que vive San Lorenzo de Almagro. El ser humano necesita la ilusión de control sobre eventos que lo trascienden y el bueno de Ruben lleva un gorro que le trae suerte y va a la cancha a los partidos del campeonato y de la copa argentina. Lo cierto es que salvo que se alteren los átomos en los cuales acontece el partido, nada puede hacer un tercero por el resultado de un partido. No puede cambiarlo, modificarlo, alterarlo. A su condición, el resultado del partido ya ha sido escrito. Ya le cobraron, antes de que vaya a la cancha, un gol inaudito a Colón contra San Lorenzo, un gol que nació pase, sin identidad, y ganó ontología desde la maestría poética del sinverguenzas de Abal. Ya sucedió, también, el gol de Banfield a los cuatro minutos del tiempo suplementario, empatándole el partido a San Lorenzo. Son cosas que sucedieron antes (e independientemente) de que Ruben Casla decida ir a la cancha. Hechos autónomos sobre los cuales no tiene control. Éstos, sin embargo, lo angustian personalmente, porque es su moral la que está en juego por terceros. Cambian sus átomos en un gol de San Lorenzo, pero él no puede alterar lo que suceda con San Lorenzo. Ésto, seguramente, es la agonía. Esta pulsión de muerte escondida en eventos cotidianos, este ateísmo evidente en el caos misticista que tiene entre otras cosas la contratación del gran Ser Humano Caruso Lombardi (yo antes afirmaba que Jesucristo es el Caruso Lombardi de la Historia; hoy podríamos afirmar quizás lo contrario).

Le decía a Aven que había que ir a la cancha a ver al Ciclón, ahora que en mi trabajo me van actualizando la data de su pésimo presente. Ya pasó la campaña nefasta de Asad, ya pasó el esfuerzo trunco de Madelón, y Caruso tiene la mística de la joda. Ir a la cancha, de joda, para salir de joda. Pero Aven no tiene un gran presente. Me dice: “Buscamos la intensidad en otras experiencias porque la del amor es tan infinitamente dolorosa que la eludimos, o la tenemos en plazos cortos, para evitar la unión absoluta del dolor con uno mismo en todos los tiempos posibles del recuerdo, la desesperación”.  

Estamos en un bar a los gritos, luego escapando de un trabajo, luego en mi casa, o en Guerrín, o en una fiesta en Chacarita. Pero nada cambia. Me ilustra una anécdota con su profesor de violín. Este le dice: “Las mujeres desde el principio saben lo que quieren, estabas conviviendo con alguien que no era auténtico. Lo único que podés hacer es disfrutar de los buenos momentos mientras se apegó a vos, luego ya está. Las minas lo primero que hacen es construir el nido, eso les lleva mucho trabajo, y tardan en desintegrarlo. Van a dejar hasta que las prendas fuego, son capaces de seguir hasta que las mates. Tienen la capacidad de cambiar, de adaptarse, de modificarse, el hombre no, yo te puedo obligar a hacer cosas que no quieres, las harás pero vas a sufrir toda la vida, en cambio la mujer puede cambiar, el problema es que luego no saben quiénes son cuando están solas. Lo importante es que vos no cambies, que sigas con el violín, que no se aleja nunca, bueno, más allá del violín lo que quiero decir es que esta actividad es la que te define.”

Tomamos un vino y medio antes de entrar a ver a Bob Dylan en un teatro del centro. Antes varias cervezas. Aven se da vuelta en Guerrín presintiendo fantasmas presentes. Cuando es la hora caminamos esas pocas cuadras y entramos a la fiesta del pasado, al estado de espectación sanlorenzista de todos los domingos, pero ahora es el Tiempo el que se hizo presente, en forma de facazo, no de orgasmo.

Nos mandábamos mensajes de texto con Aven mientras tocaba Dylan en el Gran Rex, o la versión Pato Donald de Bob Dylan haciendo temas de un futuro disco “rockabilly and Dylan”. Yo estaba en el centro del super pullman, fila 6 al medio. Él en la misma fila a diez metros a mi derecha. Vino una vez a mi lugar porque yo había entrado las cervezas compradas en el quiosko de al lado en mi morral, y luego ya hice contacto con quienes me secundaban en aquel hermoso espacio geográfico. Imaginaba que si estallaba afuera una guerra nuclear y pintaba una improvisada cuarentena, aquél era un lindo espacio, por la arquitectura y la gente presente. Me había cruzado abajo a Arnedo, seguramente había más etcéteras etcéteras etcéteras. En un momento, supe iniciar un cántico justo que rezaba “olé, olé, olé, olé, Judas, Judas” que fue repetido con risas por parte del coqueto sector. Dylan vestía el sombrero que tiene el lustrabotas de la calle Florida y caminaba como Munstock en un conocido sketch. 

En un momento voy al baño y confundo una escalera, y entro y estoy en el piso principal, con Dylan a pocos metros. Vuelvo en busqueda de cerveza. Le mando un sms a Aven “es ésta y después Blowing in the wind”. Lo que sigue no merece ningún relato épico.

Cuando estábamos a dos cuadras, entrando a un bar, un grupo de jovenes nos previenen que ahí no había mucha gente. Aven ingresó con más fuerza y yo les dije “acabamos de ver a Dylan, así que peor que eso no puede ser”. 

–¿Ah, si? –me inquirió una joven–, mi hermano dijo que le gustó.
–Charly García, ahora, es un avión al lado de Dylan.

Los jóvenes entendieron perfectamente a qué me refería. En ese mismísimo momento, lunes a las 00 hs, estaba haciendo locuciones para un programa de jazz latinoamericano (@robadoelmar), en FM Mundo Sur, 106.5. Para ese programa me reúno en la casa de Guille a grabar mientras miramos San Lorenzo-All Boys.

Gigliotti no cumplió la ley del ex. Con Guille conjeturamos que la derogó el poder legislativo algunos días atrás. Y cuando Caruso cambió a Gigliotti por Bueno, especulamos que “hay una ley del ex dando vueltas” y que puede recaer en Jonathan Ferrari. Se tilda rápidamente de Topo a Gigliotti, que le robó un gol a Salgueiro y que jugó para All Boys el tiempo que lo dejaron.

San Lorenzo se fue a la B, o se quedó. Hay que ver qué balanzas inclinan qué realidad externa. El clasismo, interno, condenado a extenderse como una metástasis fiel.

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