domingo, 25 de octubre de 2009

Charly en Velez: sobriedad, clasismo y clasisismo

(foto de Aven)

Intra uterina

Si hay comienzo existe la habitación.

Ahí estoy con mis circunstancias y un CD o cassette –un cassette o un CD, mejor– llamado “Filosofía barata y zapatos de goma” (por la misma época de “el acento de barrio te sale mal” y “sos un aristócrata de cotillón”, la doble mortal moral ricotera) del hombre –que sabré y estudiaré y poseeré y perderé– Carlos Alberto García Moreno (Lange).

Yo en la habitación y en las letras y en ese terceto inicial àlla Sargeant Pepper y luego yo comprandome todos y cada uno de los cd`s del oligarca mayor y comenzando a forjar la productiva y coral voz del fanático: una estructura de sistemáticos desengaños, un ir y volver de dos personas uno solo, la complicidad de ningún crimen y la enseñanza de aprender de lo que nadie enseña pero resignificarlo.

Y así Charly –embelezado por el poder, egocéntrico hasta la supervivencia, satélite de inercias del sistema de familia que intenta huir de un eje formando otro, liberal sexual, excesivo y generoso con sus consumos, tirano en la imposición de desvíos de pautas sociales– se convirtió en mi ídolo y formó no mi conducta o delito sino esa binaria estructura de confianza entre los que están en estado de abierto y los caretas que guardan en su dialéctica la confirmación de la máquina etiquetadora y que “aunque te inviten a su mesa no estarán de tu lado”: No.

Yo en el hotel de Montevideo y Catalina Dlugi con el flash de noticias y Charly que se tiró de una terraza. En ese segundo pensé –curiosamente– “no importa lo que pienses más tarde: es una idiotez” y era obvio que estaba muerto. Luego, las imágenes nos engalanan con un estado de gracia (¡¡¡con un estado de gracia!!!, ¿o qué festejamos en el Genio sino lo sobrenatural místico de sus actos que nos bañan de una esperanzadora metafísica que es lo contrario de la muerte?) del que ya es imposible salir.

Porque yo ví a Charly destrozar un piano de cola que colgaba en un Obras y en la última nota del último acorde del último hachazo de charly, cuando el piano estaba por la mitad y parecía que nuestro payaso se convertía en león del acto, al dar el último toque la guitarra, el teclado, la batería y el bajo, toda la estructura de madera y de cuerdas se destruyó ENTERA para caer en el piso en las ocho semicorcheas que duró el hi-hat.

Nacimiento

Borges señalaba la acción de no recordar un suceso sino las palabras que lo relatan y yo lo recuerdo cada vez que le cuento a diferentes e incrédulos interlocutores esos cuarenta minutos que estuve en la casa de Charly Garcìa, en el Dakota nacional de Scalabrini Ortiz y Coronel Díaz, una tarde de sol en la cual reconocí a uno –de un show de Charly en La Plata y una espera de cuatro horas– y resultó ser el organizador de una manifestación en la puerta del edificio y el portero sonando y la voz de la novia de Charly que me dice: “¿son cuatro? Suban”.

Y yo abriendo la puerta del edificio y cuarenta personas corriendo y yo buscando a los cinco que habíamos quedado y entrar y exultación y García en la cama con unos jeans y en cueros y tocando el bajo y mostrándonos un texto –que luego estaría en el disco “Sinfonía para adolescentes” de Sui Generis– y algunos temas –“aguante la amistad” y algún otro– y le dijo al organizador –Alexander Dublinoff me dijo que era– prendé la cámara y pasó de ser un respetuoso John Lennon a hacer las vacías morisquetas de farándula nacional.

Alrededor de nosotros yacían cassetes, cd`s, billetes de cien pesos, televisores muertos, la caja de CD`s de Lennon, muebles rotos, frazadas, sábanas y mucho futuro con forma de tiempo, con forma de inevitable degradación y desesperanza.

En un año habré visto a Charly, en vivo, sobre un escenario, ocho veces.
(foto de Aven)

Durante

Viernes 23 de octubre de 2009.

Todo comenzó a las 5 de la mañana, cuando fuí al cajero del Santander Río de Villa Adrenalina a buscar efectivo para que un huesped en coma tres pueda pedirse un remis (luego de negarse sus padres a pagarles en llamada telefónica). Con el sol de testigo olvido mi tarjeta de débito, dato que es advertido a las 12 hs, cuando despierto. Así, con un joggincito me dirijo al banco en donde me dan la tarjeta con todo su magro saldo. Perfecto.

A las 18 hs y monedas de este domingo tan viernes para el mundo me hablan por el MSN. "¿Vas a Charly?" "Si Aven cumple lo que me dijo por teléfono de pagarme la entrada, es posible; pero no creo”, le respondí. Ahí me dice que por $100 cada una me da entradas de platea de $250. “Pará que llamo al capitalista inversor”, le digo. Y Aven me dice que sí, que él paga esa fiesta. “Bueno, pasame la dirección”.

Y ahí viaje desde Villa Adelina a Palermo, yo salgo derecho con el celular tintineando la poca batería y me anoto en una página de la guía T los teléfonos de Aven y de mi novia. Llego 19.40 hs con una camisa de 30ª y un calor nauseabundo mientras se hace de noche. Me bajo a pocas cuadras de la casa de Charly y comienza un diluvio. Tengo que hacer 8 cuadras pero antes cajero. Pregunto y me dicen “dos cuadras para alllá”. Una niña pobre oficia de portera del cajero. Entro prendiendo el celular y recibo tres mensajes de Aven: “Es a las 9 HS.” (18.52 hs); “LLAMAME, NO ME PUEDO COMUNICAR, YA SALÌ” (19.32 hs); “Poco o nulo crédito. Llamad, viajando” (19.54 hs). Saco del cajero $240 y suena el celular. Es el Cabezón Rodriguez que tiene una emergencia y está a los gritos, necesita el telefóno de alguien. “Estoy inundado por la lluvia, no te puedo ayudar” le digo y mientras el celular titila rojo le digo el número de Jorge. Corto y chequeo la billetera: está la plata pero no la tarjeta de débito: “¡¡¡NO!!!”. La reconcha de su madre, hijo de puta, te la olvidaste. Bajo la lluvia recorro cada bolsillo y puteo al Cabezón por haberme llamado JUSTO ahí y yo que soy un pelotudo. Vuelvo dos cuadras siendo objetivo del torrente de agua al cajero, hay cuatro personas. “¿No hay una tarjeta acá?”, les grito. “No, no, fijate si está por ahí”, me dicen amables. “Cuando te la olvidás y queda 40 segundos la chupa el cajero y mañana te la da el banco”, me dicen. No puedo ser más boludo, ahora por ver a Charly voy a tener que ir al corazón del capitalismo el lunes. Me quiero matar. En eso llama el Cabezón: atiendo y le digo “no puedo”. Salgo puteando y mi camisa y el pantalón son agua. Son las 20 hs y tengo que llegar a Liniers en una hora. “Ahora sí, para hacer estas 8 cuadras me tomo un taxi”, burgueseo. Pero ninguno para. Sigo bajo la reiterativa lluvia por cuadras que se dividen en la calle Charcas y diez minutos más tarde estoy tocando el PB “d”. Consigo las entradas y le pido al amigo “dealer” si me llama un remis-taxi que si no no llego. Llama a dos y no le atienden. “¿Tenés una tarjeta de santander rio?”, le pregunto. Y cuando me la da llamo al número de banelco y les pido que cierren la tarjeta. Me recomienda tomar el taxi en la calle porque no le atienden y cuando lo hagan, por la lluvia, le dirán demora. Agarro mi malogrado paraguas que carece de forma y salgo. En la puerta un taxi despide a un pasajero. Corro y entro. “A la cancha de Velez”, le digo. Ese comentario es la puerta a la vida de una persona.

“Vos sabés, yo antes era barrabrava de River”, me dice el taxista, parecido fisicamente a William Burroughs y a Junior Soprano. Ahí me cuenta que con 12 años se fue en tren colado a Rosario y que cuando volvió el padre “que tenía una paciencia…”, esperó a que con su hermano se durmieran para sacarles las sábanas y ahí, desnudos y dormidos, aplicarle el fuerte látigo de un cinturón con hebilla (“vos buscas en ese momento algo para taparte, y no había; un vivo mi viejo”). Después me dijo que a todas las canchas se colaban, nunca pagaban (“y nunca arreglamos con ninguna dirigencia, eh”) pero que la cancha más jodida para entrar era la de Velez (“había que trepar una pared, era una cosa de locos”). “¿De qué año hablamos?”, le pregunto. Me dice 1955. Después consigue trabajo en Spinetto en el mostrador de una carnicería. Eran cuatro en cuatro mostradores y se afanaban la carne y se la vendían al del otro mostrador (“nadie se daba cuenta porque la carne no tiene nombre”) y que eso derivó en una riqueza inusitada a su edad (“íbamos a un puterío y dejabamos al portero propinas de $100 de ahora, nunca nos faltaba plata”). Yo lo llamo a Aven y le digo “anotá esto asi nos encontramos ahí:” y cuando pongo los dos puntos y le digo la zona se muere el celular, producto de la batería. Sigo en el taxi, pensando en llamarlo al llegar a Liniers. Ahí me sobreviene la resaca que la feróz fenomenología me había impedido. En la paciencia y placidez del taxi veo las desconocidas calles y comienzo a pensar que voy a estar toda la vida escuchando al taxista de verba imparable. Ël nombra jugadores que hoy son bisabuelos y peleas de hinchadas a mano limpia en donde un boxeador de gloria sale corriendo cuando lo corren con una gilette (“ahora te pegan tres tiros, en esa época era a las manos; yo me lo encuentro treinta años después y le pregunto si se acuerda de que lo corrían con una gilette y me responde `no me lo olvido más`”). “¿Seguís yendo a la cancha?” le pregunto. “No, hace mil años que no voy: la última vez que fui fue cuando salimos campeones con la tercera porque la primera estaba de huelga”. Yo le digo que frene en cualquier teléfono público que vea y me ofrece su celular, un nokia 1100. Llamo a Aven y le digo –por consejo del taxista– que nos encontremos en el Carrefour frente a la cancha (yo había atendido ahí un puesto en la feria artesanal unos fines de semanas años atrás, vendiendo piezas de vidrio). Sigue el taxista: lo llevó a Charly una vez y le pisaba la palanca de cambio, tenía los brazos y pies ínfimos y estaba hecho garompa. Luego la biopic continúa y me cuenta de cómo estafa al banco con duplicados, billetes falsos, cuentas duplicadas y demás cosas que no entendía. Luego me cuenta un episodio en donde un pasajero (“eran dos peruanos, hay que cuidarse de los peruanos”) hizo una movida con una mujer y en un viaje de 4 cuadras le quiso pagar con $100 falsos. Luego me cuenta que fue sindicalista y preso político y que lo mandaron a carcel común hasta que consiguieron el teléfono de un abogado sindical (“fue un quilombo, no existía celular ni el teléfono público en carcel”) y que luego fue movido a la carcel vip (“ahí no tenía ni que limpiar”).

–Maradona –me dice– no tiene códigos, pero no tiene ningún código, ¿entendés? Porque no conoce los códigos. El otro día lo mandó al frente a Bilardo, eso en la cárcel aprendés que no lo podés hacer: ahí ves cada cosa, a la noche, ves movimientos, uno tajeado, los maricones que son exclusivos de los capos, y no te metés, no ventilás. Y ese tipo lo hace porque no sabe un carajo. Eso Coppola no lo hace. Y no lo hace porque estuvo ahí.

En eso llegamos a la zona. Miro por las ventanas y todos están con buzos y camperitas; observo mi camisa mojada, mi pantalón frío; comienzo a desanimarme. En eso: embotellamiento.
–Bueno, pibe, me parece que te conviene bajarte acá porque son pocas cuadras y lo único que vas a ganar es que corra el reloj.

Frenamos y son $31,24. Saco $40 y después le digo “no, pará que me parece que tengo $2”. Saco del bolsillo billetes de $2 y de $5. Le doy el de $2 mientras le intento agradecer la llamada. Se me adelanta –al ver que no le voy a dar los $5:

–Y eso que no te cobro la llamada, eh… No, bajá tranquilo, pibe… alguien la va a pagar.
Bajo. Frío. Desde que subí al taxi hasta que bajé la temperatura descendió veinte grados. Enfrente hay una cola gigantesca. Buena señal: no llegué demasiado tarde. Corro por el frío y una compañera laboral grita mi nombre y me saluda mientras sigo corriendo. Busco en esas cuadras un lugar de ropa y encuentro a un tipo con un piloto hermoso. “¡Pilotos, pilotos!”, exclama. “¿Cuánto?”, le inquiero. $10, me dice. Sí, dame uno, le digo, observando su hermoso piloto. El tipo saca una bolsa de COTO y me dice “¿de qué color?”. No, disculpa, le digo, y sigo corriendo. Una cuadra más adelante me saluda Aven.

–¿Qué te pasa –me dice–, estás alterado?

–Tuve una odisea, entremos al Carrefour que tengo que comprar algo de ropa. No sabés el taxista que me tocó.

–Ah, sos un burgués… tomá esto que te cura –me dice mientras extiende una hermosa botella de pepsi con un whiscola interior. Hago extensos tragos que me devuelven a la forma humana.

–Pará que tengo que sacar plata –me dice Aven. Saca y me da $200. Nos demoramos hablando de las actuales probabilidades de drogadicción del artista y a los bastantes minutos se da cuenta de que se olvidó la tarjeta en el cajero. Por suerte sigue allí, no fue robada ni chupada.

–Es la tercera vez que me pasa el día de hoy –le digo, y entramos al Carrefour.

–¿Tenés alcohol? –me pregunta.

–Una petaca de whisky. Andá a comprar algo que yo busco ropa.

En la sección ropa hay cinco personas que rápidamente nos autocatalogamos como “los boludos de Charly” por nuestra necesidad de cobertura. Ahí hay sólo remeras de manga corta y camisas. Milagrosamente descubro una camperita obrera de OMBU a $49.90. Lo que cuesta ver a Charly gratis. La llevo y Aven viene con Coca-Cola.

–No venden alcohol –me dice–: por lo de Charly.

Nos tenemos que conformar con lo que llevo yo, parece. Hacemos la mezcla en el baño. Salimos y entra Mike Amigorena. Aven felizmente ignora quién eso. Caminamos una cuadra y se escucha un grito de gol gigante. Al parecer salió Charly.

–Ponete la botella en la mochila –le digo. Entramos casi corriendo y al llegar a una primera valla dos policías tantean mi morral y mochila de Aven. Le sacan la botella de whiscola y de mi morral extraen la petaca.

–Está vacía –le digo, mientras le demuestro que cae líquido.

–No importa –me dice el cerdo–. No podés entrar con eso, es un objeto contundente.

–Pero mirá, está vacía, ¿dónde la voy a dejar?, me salió $85…

–No, papá, no te puedo dejar entrar con eso.

–Tiralo en cualquier lado –me dice otro cerdo policía. En eso la gente grita, suena música. Aven ya está mirándome desde adentro. Nos sacaron el whisky, pagué un taxi, mi ropa está húmeda, tuve que comprar una camperita y encima ahora tengo que esconder esta petaca y la puta madre que los parió hijos de mil putas ustedes, los pelotudos de Callejeros y los forros de sus padres y madres.

Hago una cuadra en reversa y la dejo debajo de un auto. La cantidad de testigos que tiene el acto me hace pensar que es la última vez que veo esa hermosura de petaca. Vuelvo corriendo y el poli de la valla me manotea el morral.

–¿Qué tenés acá? –me dice.

–Qué sé yo, fijate– le digo, ya harto.

–¿Cómo fijate?

–Un paraguas, qué sé yo, dale, boludo, apurate.

–¿Cómo boludo? –me dice el policía–, ¿cómo boludo?

–Dale, es la segunda vez que hago esto, dejame pasar, por dios.

Ahí se corre y entro con el morral y sus objetos contundentes: un paraguas y un desodorante. Al resto de la gente le sacan encendedores y todo lo que sea objeto de diversión. Ahí entiendo, ahí en esa mierda de empresa de rock corporativo, que los redondos fueron un milagro, dejando que el público entre gratis siempre, nunca revisando, siempre confiando en la autodeterminación y en la libertad del pueblo. Pagaron caro, pero tenían códigos. La demagogia de Callejeros resultó asesina.

–Bueno –le digo a Aven–, vamos a tener que bancarnos caretas al careta.
Entramos y Charly saluda y ruge.



El Acto

Nos apoyamos en una valla a ver el show y viene uno del evento a decirnos que es la escalera de emergencias y que por favor tiene que estar liberada. Nos movemos de ahí, nos apoyamos en otro lado y vuelve el mismo señor.

–Yo sé que soy un jodido, pero acá tampoco pueden estar.

Bueno, la concha de tu madre, nos corremos. Nos sentamos y Charly comienza con su show. El campo es inmoral. Está partido en dos: la primera parte para los ricos, que ocupan el 20 %. Está todo vacío. Después, desde mitad de cancha empieza el verdadero campo, con gente que no ve una garompa porque a un espectáculo de entrada cara no le pusieron una puta pantalla y están a media cuadra del escenario. Es inmoral y violento ese espacio vacío para los ricos. Es inmoral y violenta esa valla cuando hay espacio libre. Encima un grupo de hijos de puta controla que no pase nadie y yo mismo ví como cagaron a palos a un pibe que pasó.



(foto de Aven)

(En cualquier teatro cuando falta público derivan a la gente al campo primero; en Obras si no llenaban pasaban las populares al campo. Pero acá no.)

Mientras, el artista rebelde estaba enfrascado en frases hechas. Mientras, nuestro Alex deLarge deambula los medicamentos sin siquiera sentir que esa vergüenza de espacio libre es el clasismo más evidente, torpe e idiota de la historia del rock nacional (en ningún puto lugar del mundo el vip llega hasta la mitad del campo y espero que Spinetta lo cambie para su show).

Bueno, no estoy muy contento. Estoy decaído. Siento unas gotas y miro arriba. Nuestra sección tiene techo. Nos miramos con Aven y concluímos en subir. Fue, por lejos, la mejor decisión que pudimos tomar.

Nos sentamos en el primer asiento cubierto de lluvia y se veía y escuchaba mejor que abajo. Charly no se veía (es increíble que alguien pague $250 y no vea al artista, porque está de espaldas y porque no hay pantallas) pero sí la banda. El Zorrito quería que lo vieran y tenía un promedio de dos acordes por tema. El negro García Lopez resaltaba con el look y ya comienza a notarse la increíble presencia de Hilda Lizarazu, por lejos lo mejor de todo el recital.
Comienza "El Amor Espera" y nos encuetra subiendo. Ya arriba comienza la superficial, frívola y menemista “Rap del Exilio” en donde el exiliado es un putito que por politizarse pierde su vida y entonces el consejo de Charly es “vamo`a bailar” (en esta ronda de comparaciones, Solari haría la versión contraria con el “Charro Chino” que quiere bailar hasta que sea evidente que ya no se puede hacer ningún cambio).

Después viene fanky y una deslucida “Cerca de la Revolución” (el tema insignia de la etapa Say No More). Pero Charly tiene con qué. Sacá de la manga un “No te animás a despegar” y la presencia de esa canción y de Hilda Lizarazu hacen que uno se tome las cosas más en serio. (Para otro día el estudio de cómo afecta al espectador la alegría de Lizarazu versus la agonía interna de Epumer.) Un rato después viene una joya con todas las letras, una canción cumbre que es “Canción de dos por tres” y llega con la solemnidad y con todas las notas. Hermoso tema que nos hace agradecer estar en esa mierda de estructura. Después Charly hace un comentario super menemista cuando dice “Vamos a Miami” antes de la menemista “no voy en tren, voy en avión”. Es notable que toda persona que deja las drogas y el alcohol, lejos de absorver la realidad más profunda y duramente se vuelve más cómoda, más intrascendente, menos jugada, más burguesa, más puta. (Nobleza obliga, la banda hizo que este tema fuera uno de los mejores del recital.)

Hay un cartel de Macro en la cabina, jodemos con Aven en que Macri organiza el show. Más tarde nos imaginamos un Dios positivo que con un rayo destruya esa valla inmunda divisoria y deje que la gente vea al artista, imaginamos un Zeus pecaminoso que destruya con su lluvia los celulares de los infelices que se pierden el recitar detrás de la lente de su cámara. Aven saca un porro y dice “vamos a hacernos mierda”, en clara referencia a los pocos recursos con los que contamos para hacerle frente a nuestra sobriedad a prueba de balas. Le pide fuego a una mujer a nuestro lado que yo pensé que era Florencia Peña pero luego resultó que no. Le costó unos diez minutos a nuestro pintor ganarle la pulseada al viento a favor pero lo logró.

Charly sigue. ¿Qué resaltamos? Bueno, el mejor momento. “Mi maestro y mi ídolo” dice Charly. Y ahí hay que creerle. El hombre que lo cagó a pedos porque prendió velas en su estudio, el tipo que era una leyenda cuando Charly era un exiliado de Recoleta: el gran Luis Alberto Spinetta. (Versos gratuitos.)

Eso sí fue hermoso. Hermosísimo. Legendario. Bello. “Rezo por vos” a dúo por dos tipos que bajan los brazos para poder observar mejor el panorama. Excelente.

“Llorando en el espejo.” Keith Richards decía que un tema –que no recuerdo– justificaba su adicción a la heroía. Heme aquí, responsabilidades afuera, festejante de este clasisismo del García más interior.

“Hablando a tu corazón”. Gran versión, grandes guitarras.
Y en el medio de toda esta catarata de canciones ni un segundo de ausencia de torrente marino. El Zorrito seca los teclados y dispara por error una batería bizarrísima en el medio de un tema, batería que con Aven festejamos intensamente. Luego, el Zorrito se convierte en el protagonista de una obra de Sartre o de Buñuel. Es intensamente atosigado por una lluvia y más aquejado por un ejército de plomos que cubren sus teclados hasta dejarlo debajo de una bolsa y apresado para siempre. Luego, cerca del final, mete dos notas curiosas por error haciendo una mini cumbia que nos hizo enamorarnos de él. La lluvia seguía.

Charly, a todo esto, se puso un poncho bizarro que nos hacía temer que se le encienda el dedo y salga volando en una bicicleta. El cielo presentaba su propio espectáculo, con rayos que iluminaban toda la cancha y el Mundo Conocido por el Hombre (?). Con Aven imaginábamos una tormenta nuclear que haya devastado gran parte de la ciudad sin nosotros saberlo.
Seguíamos viendo, cada tanto, el gran espectáculo: un hermoso jóven que bailaba solo en el campo para ricos (¿cuándo fue –seguro en los últimos 3 años– que el campo, ese punto de coincidencia rockera, en el cual la ubicación pertenece a una meritocracia física y que significa la libertad del salto programado en equipo, se convierta en este bochorno de riqueza para pocos?), con movimientos espasmódicos y una libertad que nos hacía pensar en la unívoca presunción del consumo de pepa. ¡Siga, maestro!, gritábamos nosotros. Siga por nosotros y por Charly, las víctimas de la estructura de acción social. ¡No me bajés los brazos, pendejo! ¡Vamos, todavía!
Soy el que prende y el que apaga la luz, momento de interludio de conciertos anteriores, ahora estuvo bien. Charly se terminaría yendo con el “stop”. Luego, confieso mis sorpresas con “Estoy verde, no me dejan salir”, tema bienvenido también a la resignificación post internación obligada. Sonó bien pero ahí ya los teclados del Zorrito estaban hechos un pastiche de agua y al no sonar dejaban en evidencia a un Charly que ya toca algo el piano pero no tanto como en sus épocas de cero calmantes y cien psicoactivos en los cuales –ahí sí– era un Genio en sentido exacto: agarraba –con las garras–un piano y desactivaba –lo escribió Calamaro– el ego de cualquier músico que se le cruce, cualquiera sea su moral.

Vuelve “filosofía barata y zapatos de goma”. Charly toca el tema 8, el cover. “I feel so much better”, “Me siento mucho mejor”. Excelencia y buen pogo. Lindo lindo. Cumbia cumbia.
Después, “un rock”. “Rockandroll yo” con su riff impresionante, glorioso. Ese temazo pentatónico de impresionantes pasos y Charly dejando los modismos y cantando “hija de puta” con la voz de la Caverna y las Sombras que entran y salen pensando que son el mundo gritan y gritan.

Después “No toquen”. Le digo a Aven que “No toquen” es para Charly lo que “Días distintos” es para Calamaro. El rock de principios y finales con tuquito y firma y facazo por gil. Muy bien. Pero sonoramente desvariante. Y ahí Charly se fue.

Aven venía diciendo que tenía que ir urgente al baño hace veinte minutos, así que cuando terminó el bis y se saludó a la gente le dije “vámonos” y nos paramos entre la gente a bajar. Aven pasa un para avalanchas por abajo y me gana unos metros. Las luces del estadio se prenden. De repente suena un grito de gol y en el escenario está Charly de nuevo, de traje, como un abuelo que viene a la Navidad con sonrisa y un chiste de tuquito dominguero. El final nos deparaba una belleza hermosa que es que los ortivas de la valla desaparecieron y el público de verdad ingresa a la sección de los aventajados del sistema. Con Aven nos miramos –nos separan como 25 metros– y sonreímos. Le hago un gesto revolucionario. Cientos de personas cruzan y pueden –¡ahora si! – ver al artista por el que pagaron. Esto es hermoso. ¡¡¡Tomaron la Bastilla, hijos de puta!!! ¡Ahora sí es un recital, la puta madre! Me mojo, es hermosa la revolución burguesa, con qué poco nos conformamos, pero ahora sí puedo disfrutar de la música, ahora que la gente toma el lugar que le pertenece, ahora sí me cae bien Charly, ahora se despertó el Genio, ahora todo es color de rosas y vino y ahora la música toma el aire y todos tenemos una sonrisa. Hijos de puta, ¡ahora sí! Buen final, me dejó más tranquilo.

Ahora sí.

(Si es necesario aclarar, aclaramos que todo recital pago es clasista y que en los renglones de revolución no se desconoce la comercialidad de cada acto –algo, por otro lado, mezquino– sino simplemente un respeto al consumidor –algo mucho más patético– de no tocarle el culo obligándolo -¡con entradas de 125, de 250 pesos! – a no ver al artista, a estar lejísimos, a no tener una puta pantalla cuando el recital lo organiza el Grupo Fenix y lo auspician un par de marcas.)

El Regreso

Bajamos de la platea Sur Clicls Modernos y al baño directo. Un extraño pelado me dirige un comentario cómodo y gracioso; sonrío para quedar bien. Salimos con Aven y me dice “tenemos que ir a la estación de Liniers que ahí te tomás el 21 y yo me tomo el que pasa enfrente”. Emprendemos camino y finalmente formo parte de una cola pequena –la del colectivo 28– detrás de la gigantesca cola del 21. Aven se toma un taxi y va a la casa de su novia por ahí cerca. Viene un 21 y se llena hasta las tetas. Detrás viene otro y se llena. Cuando está por salir voy corriendo y milagrosamente para y me deja entrar. El cartel del 21 dice “fábrica Ford”.

–¿Vas a Puente Saavedra? –le inquiero.

–El de adelante. Yo voy por Panamericana –me responde.
–¿No pasás cerca de Villa Adelina, el golf?

–En la bajada de San Lorenzo, de ahí te tomás el 71 –responde, haciendo gala de grandes conocimientos.

Subo último con un curioso y hermoso lugar, parado en la entrada con vista al frente, al camino. A las dos paradas sube un sonriente deportista, en musculosa y pantalones cortos. Saluda al chofer: son amigos. Yo quedo entre ellos y escucho cuando el chofer le dice “todos estos entraron gratis por lo de Charly; yo estoy llegando tarde, mirá la hora (00.45 hs); ahora en veinte minutos doy la vuelta”. El otro se ríe. Hablan de nimiedades y luego en una bajada de General Paz el chofer se baja y va hacia la cola del bondi. Lo sigue el deportista. Yo ya preveo que los garcas apelarán al recurso de que se rompió el motor. Dicho y hecho. El chofer vuelve y dice “lamentablemente tenemos que para acá porque se rompió el tanque y está perdiendo gasoil y no puedo seguir. Les pido disculpas pero tienen que bajar a esperar el próximo”. Yo no sabía si iniciar una sublevación que asesine al chofer y resignarme. Miro al público para ver su conciencia revolucionaria. Los veo pacíficos. Percibo también la presencia del pelado que hizo el comentario en la entrada del baño.

Bueno, ahí estamos, en una bajada de general Paz, super lejos de mi casa, hace frío y mi ser está frío. Somos cuarenta personas en una parada. Pienso que el próximo 21 que llegue vendrá lleno de gente de Charly y no entraremos. De repente el 21 parado arranca con el chofer y su amigo deportista, a toda velocidad y huyendo. Miro enfrente y veo el edificio circular que tantas veces ví, “¿dónde estoy?” Eso es constituyentes, esto es san martin. Ok, hay mil villas, estoy cerca de casa. Salgo del grupo y voy a Constituyentes. Sí, por acá pasa el 140, el 111. Bondis que pasan una vez por hora pero que me dejan en la esquina de casa. Por acá quedé varado una vez que ví a Charly gratis en el carrefour de San Martin.

Camino por Constituyentes para el lado de capital y me detengo en una parada. Pasan tres minutos y veo las luces más maravillosas, las del 140 que tantas veces nos decepcionó, que esperamos horas y horas y horas en las noches de nuestra eterna juventud pasada. Ahí viene. Subo y le digo “A Alcorta y Paraná” y pongo las monedas. Me doy vuelta y entra corriendo el enigmático pelado, del baño y del 21. ¡My own private Mark Chapman! Hermoso.

Viajo tranquilo y en 15 minutos, en el viaje más directo del mundo, estoy en casa. La jugarreta del chofer me ahorró dos horas de vida. He llegado a la parada. La misma parada en la que se baja mi vecino, el calvo y misterioso hombre del baño, del 21, del 140 y del recital de Charly García. Quién sabe qué esté escribiendo de mí en este momento. Mi vecino.

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