jueves, 18 de junio de 2009

Peña de muerte



Cuando era niño (me) sucumbía ante el morbo del homenaje de muerte y pronosticabame una actividad futura muy nutritiva en ese aspecto. Digo: réquiem eterno de todo coda. La vida hasta en eso me defraudó y hoy en día la necrofilia medio que me pasa de lado. No obstante, para contradecirme, escribo esto.


Primero escuchar a mi padre sobre la vieja que hablaba con Tristeza y que era un tipo y del programa del sábado de la cubana que no era y antes esperando el bondi a la salida del dentista pensando que nunca me gustó el programa de Vernaci y esas voces y después leer a Ripoll diciendo que saber eso (la multiprocesada verdad, la meta metalingüística) hacía más interesante el programa (la Obra).

Nada muy interesante, esos datos que tenés en el cpu esperando la interconsulta cuando después del colegio tenés que ir al banco a pagar las boletas, año 2000, y con no sé qué walkman cambiando las radios porque hay una cola terrible y cambiar hasta que escucho jazz y resulta que era la cortina de El Parquímetro y ahí entraron ochenta mil personas dos. Supongo que al otro día ya estaba más interiorizado y antes había escuchado pero viste eso no te queda o mejor te queda y ahí comencé más o menos a escuchar.

El 11 de septiembre de 2001 no me tocaba ir al colegio. Me levanto y tanteo la radio y Peña decía “están filmando Matrix 2” por el avión incrustado en las excusas de colonización económica del Imperio. Prendo la tele y veo toda la secuencia y el otro avión misil en el Pentagono y otro que no sabían dónde estaba. La música era New York, New York, Bomba y temas del tono mismo de la reyerta. Siempre el escalofrío ahora barcelonesco de sentir que se tensaba el hilo y que un par de caretas eso se lleva por delante. Además, el tipo es un Genio en el sentido antiguo, un superdotado, un mago. Se contradecía, se peleaba, se pisaba, se seducía. En la radio era insuperable por el dixit dixit de 4 horas de ficción diaria. Después ví a Wainraich por tv y me pareció un enfermo loco por su look y después vi a Ripoll en tv y me pareció rarísimo y después vi a Scott y era tal cual lo imaginaba.

A la semana siguiente del choque aéreo a las torres imperiales nos fuimos de viaje de egresados. Había varias banderas una más pelotuda que la otra y Aven había hecho al Che Guevara y como le salió mal terminó siendo un Bin Laden y los padres quejándose. (Este incomprensible párrafo debe ser leído en tres términos y en un cuarto, generacional.)
Luego, cuando ya orienté mi personalidad y mi visión del mundo, Peña fue para mí una clave. Si tenías que testear lo careta que era una mina, la palabra Peña era fundamental. Separaba a la gente abierta de la que te podía condenar por tomarte un whisky (por usar un eufemismo dialogable) o de la que agazapaba su ímpetu fariseo por sobre las libertades de terceros (en este caso yo). Entonces en algún momento yo lo nombraba como quien no quiere la cosa y de ahí si seguía o no.

El año 2002 nos encontró unidos y dominados. Duhalde le había hecho mil multas a Peña por poner de tema el sexo marital de los gobernantes y lo pasaron a rock and pop, a la noche. Ponía separadores que decían “dróguese” y cuando no iba estaban dos tipos audaces y recuerdo y toda mi vida recordaré esa inolvidable noche de jueves o martes (lo recuerdo porque en la tele estaba TVR) que Peña, que nunca era Peña sino siempre Dick Alfredo y otros akas empezó el programa llorando y abrazando a Lalo Mir y que llamó por teléfono a la amante de su padre y hablaron mucho y ponía la puta música que él quería y se empezaron a poner en pedo y le decía a Scott que siempre tenia que estar en pedo y entonces Scott dice que va a poner un tema, “decí por qué”, le dice Peña y Scott dice “porque es lindo” y comienza “Waitin” de la Hija de la Lágrima de Charly, el mejor LP del Universo y en ese momento entrás en una sincronía inmensa en que te sentís cómodo, algo muy kantiano y pro descartes, una situación de vos sobrio queriendo llamar a tus amigos y abrazarlos, algo que me pasó un millón de veces y que dura eso, unos segundos, abrazarse. Lo contrario del comercio del dinero. Bueno, ese programa me cambió por completo porque ya era eso. La profesía autocumplida a todo lo que da y la incorrección política que es la Verdad inaccesible y una delgadez de Peña que ya dejaba de ser y Peña convirtiéndose físicamente en mi fenecido abuelo, igual físicamente, casi igual en múltiples motivos. Yo le comentaba a Aven ese programa en que llamó llorando a Vernaci y ésta le dice: “nosotros somos amigos tuyos por estos momentos de dulzura, nos bancamos lo otro por esto”.


Se va de Rock and Pop porque puteaba a la radio todo el tiempo. Pasan un año, dos y empieza su mejor ciclo, El parkímetro un klásico en KSK radio. A las 10 de la mañana, en la cumbre de sus talentos, ya se empieza a escuchar las rayas que peina y “pasame la merca” y su ortodoxia fundamentalista del momento. A mí la relación que él tuvo con la cocaína siempre me pareció muy sana, y eso es porque era un bebedor. El alcohol obnubila las neuronas y el lóbulo central y te frena un poco la droga. A veces, y pregúntenle a Repetto y a Lopilato, pregúntenle a Eurnekian y Avila y Majúl, pregúntenle a Hadad y a Polino y a Sergio Company y a D`Elía, no. Pero lo que él contaba, de utilizarla para escribir obras, de mañana, sin miramientos, me parecía funcional. Abarcar esa intensidad de la concentración en una obra y poder bajarla con un 18 años.

Una mañana me fui a la radio KSK, que queda en San Isidro, a darle a Peña un libro que había escrito y unos pedorrísimos guiones que escribí ese día para justificar dárselo. Fui como quien va a cagarse a piñas y me encontré con una persona amable y atenta, que me escuchó y se fue. Dónde estará ese libro ahora, nadie lo sabe.

Después no sé cómo viene la cosa. Antes de darle el libro fuimos a verlo con Aven al teatro, creo que él no sabía cómo era físicamente. Un teatro en Congreso. Llegamos y llegaba Peña (“es parecido a mi tío”, me dijo Aven). Un par de fans le piden una foto, él los empuja violentamente y entra al teatro. “Bueno, era una opción”, le digo a Aven, y nos vamos a tomar una cerveza. Entramos a la Obra, era jueves y nos pusieron, por poco público, en asientos más caros de los que pagamos. La Obra era la Tragedia Burlona del Corpiño y fue excelente y punto. Aven estaba llorando y yo en shock. Terminó y Peña dijo “me encantan los jueves porque como hay poca gente, sale mejor, más íntimo” y voy al baño a la salida y estaba Carlos Ulanovski meando al lado mío y no pude mear de lo impactado que estaba. Estuve como un minuto y me fui como entré.
Fui luego a ver Gracias por volar conmigo a un teatro de calle Corrientes con una chica y fue como ir a la guerra. Yo no les puedo explicar cómo zafé de que me llevara al escenario, estaba en una de las puntas y era yo solo. Los otros que subieron sufrieron un escarnio mayúsculo, insultos, desnudez, vergüenza. Si yo hubiera subido creo honestamente que hubiera habido una pelea.
Qué viene antes, la tapa gigante del Indio Solari en Rolling Stone, año 2000, con la nota a Peña. Después Peña llorando años y años porque en la Metro estaba la felicidad (que es algo que sucede en el pasado) y que luego estaba perdido y que radio no quería hacer y que en su lugar estaba el pelotudísimo Andy Kusnetzoff (que es tan pelotudo como para ser digno embajador de ese esperpento snob denominado Palermo Hollywood). Después viene leer el libro y no decepcionarse pero sí esperar más de él, después de todo es un Genio, uno hubiera esperado un Yo necesito amor, un Klaus Kinski, un Celine, un Miller, que escriba algo bien, no las boludeces de estudiantina del avión. Recuerdo haber leído del músico brasilero que hasta los 40 sería música, de los 40 a 50 cineasta y luego escritor y que murió a los veintitantos. Peña es para mí lo escritor que hubiera sido en diez años adelante.
Recuerdo también, no sé si con Martyr y Alessi en Feria del Libro, tiempos de fernet libre y de pronto mesa redonda y cayó Peña hablando de teatro con Dayub. Betty Elisalde dijo: "lo único bueno que tiene Peña es la puntualidad". Mil preguntas del público a Peña y cuatro a Dayub y éstos casi peleándose y Peña atacando a una mina del público porque iba a todas las funciones, gritándole que se vaya de su vida.

Después viene la peor etapa, mía y de Peña. El vuelve a su amor Metro, pero antes (caprichos de la cocaína y del pelotudo de Kusnetzoff), de 7 a 10. Este horario lo condena a la actualidad, la muerte del artista, a la política, la muerte del artista. De a poco el panorama social termina minando a sus personajes y es Peña quien debe salir del closet para mostrarse desnudo como un reaccionario hecho y derecho, como un indisimulable derechista ingenuo avida dollars. Para colmo, le toca enfrentarse al populismo en una forma muy careta y a veces inteligente y casi siempre falsa llamada kirchnerismo. Peronismo para principiantes y comerciantes, cómo estará la derecha de poderosa que para combatirla hay que votar a Scioli.

Fui a entrevistar a Peña una mañana, a Metro, para un sitio cultural que íbamos a hacer con Aven. Yo llevaba un grabador pedorrísimo y ningún contacto. Esa mañana Peña estaba de muy mal humor y se peleaba con todos. Cuando llego a la puerta encuentro a Diego Scott. Le comento mis deseos y me dice “Peña es un paranóico, no le hables directo porque no va a acceder, se va a perseguir, tomá, este es el número del que le hace la prensa, arreglalo con él, mejor”. Le pregunto “¿él le maneja la prensa?” y Scott, como quien hace un guiño, me dice “si, él no puede manejar nada”. “Está de mal humor, ¿no?”, le pregunto. “Y… él dice que no, pero…”, me dice, con todas las letras.

Volvemos. Peña desangelado. No tanto, pero yo ya no lo escuchaba en la radio. Ya no lo soportaba, me costaba verlo. Era la personificación del oligarca que desconoce su personería y se justifica patriota y hasta progressive, y encima estaba leyendo los diarios de Bioy sobre Borges… tenía gorilismo de sobra. Me acuerdo hace dos semanas en un bar y Diego Rico diciéndome “quiero que muera Peña” y yo le digo “es la actualidad. En cinco años la política va a quedar muy lejos y hasta va a parecer bien que haya estado en contra de un gobierno”, yo pensando que Peña (2009) sobreviviría al kirchnerismo (2011). Pero ustedes y yo sabemos el final.

Ayer Aven me manda, en medio de mi agónica agónica agónica jornada laboral, un mensaje que rezaba “Se murió, se perdió. Peña.” Y caí como quien confiaba en la horizontalidad y materia del piso. En mi trabajo, no pregunten cómo, tengo acceso a parte de la historia clínica de Peña y entré de inmediato. Hay, en la interna de ambulancias y demases, tres códigos, uno verde, para visitas médicas, uno amarillo, para situaciones de peligro de más de cinco horas, y otro rojo, para situaciones de vida o muerte. Peña tenía de las tres, muchas rojas, algunas amarillas, y muchas observaciones. Me enteré que hizo ir a un médico de la obra social para que atendiera a la empleada y que lo tomaron pero le dijeron que no; que pidió que le lleven una silla de ruedas para ir a hacer una función en tratamiento; que se fugó de una clínica, de la guardia; que tuvo una hipotensión con diarrea e internación; que su año complicado fue 2005. Todas estas cosas las digo porque acá no entra nadie y porque él estaba en contra de la privacidad.

Vuelvo en el anteúltimo tren, recontrasemivacío, leyendo el Borges de Bioy, en el final. Voy por la página 1500 de 1650 y los dos combatientes están viejos, se olvidan las cosas, escriben casi nada, están mal. Con ese sentimiento vuelvo a casa.

Me planteo estos renglones porque sí. No creo en absolutos conceptuales inútiles como qué se murió con Peña, busquemos generalizaciones, un artículo para revista o boludeces. Planteo el fin del concepto en manos de lo didáctico autobiográfico porque en uno la torpeza de lo mecánico convierte el elitismo en un club vacío; más allá hay otros que vivimos entre ambulancias, y que tenemos menos talento.

Hoy soñé que estaban Peña y Lanata y yo le decía a Lanata: “vos no sos un genio”.

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