miércoles, 5 de marzo de 2008

Zeitgeist, y ser de derechas en la periferia desangrada

La palabra abriendo el Microsoft Word o viceversa

1. La extracción

Anoche vi, finalmente (luego de meses de bajarla con errores, no encontrar subtítulos para alguna versión o simplemente olvidarme), el film Zeitgeist, un documental “sin fines de lucro”, colgado en la web por sus autores y que se puede ver online, con las dificultades correspondientes.

El film, cuyo referente es el ignoto Peter Joseph, se detiene en tres “fraudes” y desarrolla teorías conocidas pero con un planteo que lleva (por su ambición y desmesura; por su ostentación estadística y su aspecto coral) a una reflexión más abierta.

En principio, digamos que los primeros diez minutos son directamente nefastos y que da lo mismo verlos que no (eso en el aspecto puramente rutinario); la película comienza luego, con un juego “fiscal” de “similitudes” entre la religión judeocristiana y su predecesora egipcia, en plan astrológico. La idea final de esa multitud de datos es la de la sospecha de un monoteísmo humano oculto: el Sol será el primer y último Dios (en tanto concepto y creencia) que conocerá la Tierra hasta que sea atraída por su fuerza gravitatoria y explote, en diez millones de años, aproximadamente. Salvo una revelación mundial evidente, futura, nuestra conciencia atrapada en los sentidos no podrá buscar una excusa mejor para justificarse. La simbología necesaria para cualquier culto es –inocente o no– hija de la necesidad: la conciencia necesita de causas para su sí misma consecuencia. Debates posteriores pueden despertar el avanzado grado de conciencia que tenía para sí y para su visión cierto tipo de sociedades en ciertos aspectos (egipcia, maya, griega y tecnológica, respectivamente). Nadie asistirá al fin de la religión porque éste supone también la existencia de una regulación (y en esto se conecta, quizás sin saberlo, el documental).

(Un detalle importante de esta parte es la casi ausencia de justificaciones mercantilistas de la religión judeocristiana, al contrario del planteo de Nietzsche en El Anticristo: parece que, para la película, la religión es movimiento político y “entretenimiento” pastoril y ése es su fin. El lucro no es deseo y/o objetivo primario.)

La segunda parte no tiene demasiada concreción; hace foco en las fallas de las versiones del gobierno de EEUU sobre los atentados del 11/9/2001 y se insinúa en éstas el motivo belicista de dicho evento. Esta insinuación encuentra sentido en la tercera parte (la mejor, por importancia, pronóstico y por su carácter que, junto con el tema, presentan el debate que llama a todos, a Marx, a Heidegger, a Sartre, a Huxley, a Foucault, a los estructuralistas, a la escuela de Frankfurt, etc… o sea: es un tema global y de proporciones). Esta hace un recorrido en la historia del siglo XX en la cual el hombre es controlado por el dinero, ya no por el poder –en todas sus formas, lo cual es diferente del poder del dinero– o la vanidad; un recorrido por el carácter económico de las guerras y por el final del recorrido, con el gobierno único nacido de la unión monetaria, con un mercado mundial hecho de deudas e intereses, el pequeñoburgués regulado en sus miedos, fascinado (si se quiere el término, de fascismo), convertido a la última necesidad corporativa y descartado vía microchip. Un pronóstico del pasado.

Aquí entra el tema de las libertades. Ese tema.

Heidegger le hecha la culpa al lenguaje: éste domina al hombre, que es su instrumento. Foucault no termina de ver salida para el hombre dentro de su sistema de fuerzas. Huxley imagina el mismo mundo regulado, privatizado, anestesiado y mercantilista que supone Zeitgeist, y que estamos viendo. Sartre es el más optimista: dice que el ser humano, inserto dentro de una estructura política, económica, coyuntural, familiar, tiene un grado de libertad. El ubica a ciertos personajes en ambientes de grados de libertad angustiantes (pero comparables con los nuestros, periféricos o no): el combatiente (libertario y opresor, lo mismo da) que tiene a su objetivo y decide, en ese segundo único de libertad, vaga libertad, apretar el gatillo. El agente del grupo de tareas, el montonero, el marine, el ministro de defensa, en fin: todos nosotros. Bien: la película tiene un fin sartreano en este punto: todavía la corporación final no ha sucedido y esta tensión (el tecnocapitalismo como fase final, diría Heidegger; el inevitable contrataque violento del desposeído, diría Marx) puede comenzar un inevitable reverso, pero favorable (un final hijo de la cultura rock, y sin reconocer el aspecto frustrado y finalmente conservador de ésta, y que recuerda a V de Venganza o a otros finales que pretenden ser ajenos a la lógica hollywoodense cayendo profunda y encantadoramente en ésta).

Pero Zeitgeist separa: el poder y su dominada y aterrorizada burguesía y clase baja por una parte y, por la otra, la élite de personas que acceden al conocimiento y pueden hacer algo. La clave es: los pacifistas son asesinados, las excusas seguirán y el final es casi inevitable. Subtextos de violencia cívica marxista y la periferia como único núcleo organizable, si se quiere, para detener este mundo controlado, embudo monetario que depara al núcleo de excedentes, intereses de un dinero que es sólo eso.

En el mayo francés Sartre dijo “las estructuras no salen a la calle”. Estas siete palabras destruyen toda hoja anhelante y se inclinan (como el mismo Sartre ante Guevara en la Havana), gustosos y cómodos, ante la ráfaga. Ante el hombre que detiene el ápice vertiginoso del presente (sobre el que seguimos hoy) y dice: “así no”. Ese es el “lector ideal” de la película, que puede tener acción sobre la realidad que le sucede (Zeitgeist es originalmente una expresión del idioma Alemán que significa "el espíritu –Geist– del tiempo –Zeit–"), pero con pocas chances de alterar algo…

2. La compresión.

El mercado no tiene moral. Tiene sus leyes que dan paso a otras nuevas según la liquidez que signifiquen y la cantidad de entidades que se repartan la torta. Entonces un hombre que domine estas lógicas y no actúe (un hombre de la periferia, un hombre usted o un hombre yo) se convierte en cómplice y un hombre (también antedicho hombre) que no sepa pensarse como sí, se domina.  ¿Parte de la solución o parte del problema? Triste pero sí.

Pero, en el fondo (volvemos), la libertad es otra cosa. Alguien dijo: “tonto aquel que es aprisionado en el tiempo y en el espacio”. Y si lo manifestó es porque se reconoció tal. Así que si Marx dijo que “estamos condenados a caer” y si Duhalde dijo que en cambio nuestra condena era al éxito, parece que las conjeturas (las dobles de la película y las del tecnocapitalismo, con sus administradores títeres) han llegado a su fin y, adivinen: ha vuelto el humanismo. Eso sugiere Zeitgeist: Tú eres la solución (sino estais adherido y buscando el chip). Tú eres ese interviniente. Tú eres quien tiene la gomera para parar el imperio. Pero, claro, tienes una sola vida. Y el fin del humanismo tiene esas cosas: preferimos vivir cómodos. Coger todo el tiempo, beber hasta el éxtasis, drogarnos con casi todo, trabajar de cosas sencillas y movernos bajo la ley del mínimo esfuerzo. Y mantener a nuestros hijos y agachar la cabeza y poner un voto entre tres partidos como manifestación. Y, claro, el problema de imaginar la revolución entre los globalizados y el calentamiento global que hace todo cortoplacista y urgente y casi imposible, y uno mismo encerrado en otra razón y siempre a riesgo de la equivocación.

Bueno, la tarea del periodismo: resignificar. Desde la construcción de la realidad, el zeitgeist, el clima dominante.

Y el final al cual las estructuras no llegan: el espacio y el tiempo. La piel, por dentro y por fuera.

Ah, también.
Sí.

Y, por supuesto, todos nosotros: mirando la pantalla, escuchando el fascismo, y ya sin la gomera.

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