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viernes, 21 de junio de 2019

La era de la estadística


Una discusión que llega tarde y entre paréntesis: ¿El rock murió? ¿No habrá más guitarras eléctricas en centralidad, o lo que no habrá más es centralidad?

Texto e imágenes por Nahuel von Karg   (original de Centro Hausa)

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Múltiples reportes dan  cuenta ahora mismo de un debate que atraviesa sobre todo a quienes, ya transitando los treinta y algo de años, vemos que el trono del presente ha pasado hacia generaciones que administran el capital cultural con otras pautas, aquí y en todas partes del mundo.

El debate es sobre el rock, su muerte, su vencimiento. Y las estadísticas globales que lo desnudan. La pregunta es: ¿el rock perdió el reinado como Embajada de lo nuevo en la sociedad y se volvió un género anclado e inofensivo con destino de jazz, tango, música clásica (ghetto vintage, música para músicos)? Y, ya que estamos, ¿cada persona queda anclada en lo que escuchó cuando era adolescente y el rock está hipotecando su posteridad?

Hay dos variables para analizar la vigencia del rock ahora y compararla con su presunta época de oro (segunda mitad del siglo XX) y esas son: los festivales (y su actual hibridación de públicos etarios diferentes) y la visualización abierta de consumos (que permite comparar géneros que antes transitaban paralelas).

Si vamos a 1978, año posterior a la llegada del punk, descubrimos que en el top 100 de singles de Billboard (comparable al actual conteo de reproducciones por single, en Spotify y Youtube) la presencia del rock fue más simbólica que cuantitativa; dos, tres temas con guitarra eléctrica cada veinte de Diana Ross, Bee Gees, Air Supply. En 1994, apogeo grunge, el top 10  es con Ace of base, All4One, Boyz II Men, Celine Dion, Mariah Carey. Y así con el resto. ¿Por qué en estos años, entonces, no parecía que el rock temblaba ante estos otros consumos que no cuentan hoy con las reproducciones de Nirvana o The Clash? Más allá de las ventas en long play, se advierte que Pearl Jam y Ace of base eran paralelas para públicos que no obtenían información uno del otro, y Lali Espósito hoy comparte escenario en Lollapalooza y conteo en Spotify y en Youtube con, por poner un ejemplo, Greta van Fleet (y ya que estamos, ¿por qué pensamos que la banda estadounidense es el eco del eco del eco –cien años de perdón– y la multitalentosa artista argentina un exponente renovador de un formato sin pasado?).


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EL 14 de febrero del 2019 Mario Pergolini  presentó a Paulo Londra en su programa de radio en Vorterix como “alguien que en seis meses superó con dos canciones, en reproducciones, a toda la obra de Charly García, Spinetta y Soda Stereo” (y menos mal que no lo cotejó con The Beatles). En su nota de tapa en la revista Rolling Stone sobre Duki, Lucas Garófalo también compara las métricas del héroe del trap local con las de Charly García, a quien más o menos le perdona la vida. Evidentemente la movida de trap argentina que presenta artistas jóvenes (!) con una identidad novedosa y que resuena en el extranjero (allí están las giras de diversos integrantes de esta camada por América y Europa) es un activo que el rock, por diversas cuestiones, parece haber perdido (la preadolescencia, la visión de hermanx mayor que aparece como quiebre del sistema para traducir la experiencia, ayer en revistas y recitales, hoy en instagram y youtube).

Actualmente All4One no tiene la vigencia (es decir, la validación de una obra bajo instancias de juicio futuras, cambiantes, múltiples) de los Sex Pistols, ni Boyz II Men la de Janis Joplin (ni la de Joni Mitchel, ni la L7, ni la de Juana Molina, etc etc), ni Shania Twain la de los Rolling Stones.  Pero es cierto que Miles Davis, Carlos Gardel y Mozart también ganarían una batalla a cien años contra el mejor postor del rock de aquí a diez años, sin que eso augure esperanza per sé a géneros que representan en sus triunfos actuales la excepción a la regla.

Y el activo del rock, lo que extendió su vigencia por más de medio siglo, fue la evolución del sonido, justificada por las posibilidades crecientes de sus instrumentos, de su tecnología. Allí donde el jazz se encerró en un cuarto de variantes (pese al estallido renovador modal de Miles Davis y George Rusell) y el tango no pudo abrirse a tiempo (Piazzolla como anticristo de lenta absorción, y la fusión con música electrónica como manotazo de mercado cual ingreso de vicepresidente de partido opositor), el rock siempre tuvo un as bajo la manga. Electrificado luego del blues, se hizo música de protesta, contracultura, distorsión, pop,  psicodelia, progresivo, heavy metal, punk, funky, disco, synth pop, glam, grunge, rap-metal, nü-metal, ¿etcéteras? Decaída una fase, surgían veinteañeros a pasar la tradición del sonido que los había criado por el filtro de la tecnología y del clima de su época. El tiempo dirá si el trap se declare cultor de un linaje y pida un ADN rockero (¿Illya Kuryaki?, ¿los estallidosprogresivos de Ca7riel y Paco Amoroso?, extendiendo esta tradición con un ingreso comunal alla Reggae,  o integre lo que fue la soleada y solitaria avenida del rap en la cultura rock americana. Una clave para desmentir esta última opción: la discriminación del hip hop dentro de la estética rock anglosajona fue y es hija directa de la discriminación de las pieles, y ahí están los “rockeros” Beastie Boys y Eminem, eminentemente blancos; acá hay grieta de clases pero ése nunca fue un problema. Fue la cumbia la que tuvo la relación con el rock que el rap tuvo allá, legalizarse de a poco. (No por horrible deja de ser verdad.)


3.

Marilina Bertoldi, artista de rock de última generación y reciente tapa de la revista Rolling Stone argentina, se manifestó aireadamente en recientes stories de instagram en contra de las múltiples versiones de la “muerte del rock”, que ella relaciona con la negación de un cambio de época por parte de una estirpe de varones en duelo. “La historia del rock fue hasta ahora la historia del hombre en el rock”, manifestó en cuanto al reparto de tareas y de recompensas en su actividad, pero no sin una cierta lucidez cruel que daña también, lateral e inconscientemente, a sus precursoras (cada generación nace asesina, se sabe). Es cierto que hubo una iconografía del rock en la imagen del depredador rockero reventado, que puede resumirse como escuela en todos los blogs anónimos de denuncias por abuso (la otra iconografía es la apatía aristocrática antiempresarial cuyo árbol desciende de Dylan). Pero suena arriesgado asociar, no sólo  la caída visible y mundial del sonido de guitarra eléctrica (y de batería analógica) en los rankings globales de consumo, sino también la pérdida de centralidad del rock, a este cambio de paradigma fruto de las conquistas sociales de esta nueva mayoría, y al noble derrumbe de las licencias de las que gozó el “artista” varón, desde el Renacimiento hasta el #MeToo.

(Agregado gratuito y contraproducente: Ya que hablamos de dominación y estética, podríamos agregar a “la historia del rock fue la historia del hombre en el rock” un “la historia del arte es la historia de la clase alta” para evaluar si la relación entre producción de clase alta, media y baja no es, en todas las modalidades y disciplinas –incluyendo claro al rock, que siempre trató a la humanidad (iconografía 2) como al personal de limpieza de su casa–, histórica y respectivamente, de 85%,14% y 1%, grosso modo.)

Pero, volviendo al presente, la estrategia del rock ante el zeitgeist hiphopero que se contagia (ahora sí, ellos) de las tecnologías de producción musical y comunicación audiovisual diseminadas en cada hogar (lo que fue la vhs y el crack para el hip hop de los noventas, acá traducido por alumnos de cine, dos locaciones y poner el contra fuerte para que se vea el humo del faso, en instantáneamente exitosísimos videos de youtube que serán lo más visto de su carrera por varias generaciones de directores –¡excelente! –), parece haber sido replegarse en el pasado. Volver a la guitarra, re-presentarse en ausencia (las biopics de Queen, Mötley Crüe y Elton John), enmarcar la historia dentro de lo turístico (los recitales de hologramas, la estatua de Lemmy en el Rainbow de Sunset Strip), y la era de los micropúblicos, y la era de la remake (los capítulos que vienen, el 4/7 y el 18/7, respectivamente, en este mismo baticanal). En cinco, diez años, sabremos si alguien de veinte años provisto con una guitarra eléctrica pueda inventar un sonido que dé un poco de vida al género de Jimi Hendrix, ya con la tumba del K-Pop enterrada.

Quién sabe. Quizás, para ese entonces, no podamos distinguirle de una inteligencia artificial.

lunes, 12 de enero de 2009

Maradona por Kusturica


1. Mensajes
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Promedia la película Slumdog Millionaire y yo pensando qué línea quiere bajar su director, Danny Boyle (y qué significa significar). Hago un mínimo repaso: en Trainspotting (1996) nos dijo que los ideales burgueses son mejores y más sanos que la vida dionisíaca; en 28 días después (2003) nos recomendaba comprar armas. En el medio, drogas y zombies.

Slumdog… transcurre en India y es la historia de un participante del programa televisivo “Quieres ser millonario” y su intensa biografía. (Ambos carriles van de la mano torpemente.) Mumbai se presenta como un sitio absolutamente inmoral e ilegal en donde subsisten las multitudes pobres, los pocos grupos de clase media-baja y los ínfimos mafiosos que por la fuerza y el crimen son ricos; luego, multitud de turistas. Entre el primer grupo se encuentran los tres protagonistas, niños de la calle que quedan huérfanos luego de un ataque de musulmanes irracionales y que luego sobreviven cometiendo delitos. India igual cultura de pobreza y crimen; musulmanes igual asesinos irracionales.
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Cito una escena: uno de los niños lleva a unos turistas a ver el mayor lavadero de India y mientras recorren el lugar les vacían el auto. Un policía comienza a golpear salvajemente al niño porque lo supone cómplice del delito. “¿Querían ver un poco de la India real?, pues aquí la tienen”, dice el niño. Los turistas americanos, comprensivos y en paz, recién robados, lo consuelan. “Aquí tienes un poco de la América real, niño” le dice ella, y le dan dinero.
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Ahí estoy yo y me pregunto: ¿qué mierda quiere decir esto? ¿Es una crítica a EEUU por su cultura del dinero o es, más probablemente, una bajada de línea torpe e idiota a favor de la moral occidental? Imagino imaginar a Danny Boile mirando las películas de Kusturica y pensando “pero qué exótica esta pobreza: a filmar una parecida”.
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Aquí comienzo a pensar en los mensajes y en cómo una película de este tipo (con un marcado público, premios en festivales) puede alterar al espectador. Y de qué sirve alterarlo. Y para qué. (Y que quizás mi base ideológica me impida pensar de otra manera y, más, que quizás, en una de esas, una generalización es correcta, cálculo de probabilidades y mirá si en la India la cultura es inferior y en Occidente es superior y qué sabés, la realidad no tiene por qué ser políticamente correcta o siempre o…)
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Nota: cambiar el texto para cambiar el mensaje de los que comentaron, trangrediendo su lógica y su visión: si cambia la realidad todo el tiempo, alguna vez todos tendremos los extremos del racionamiento en onda.

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Vuelvo a Slumdog Millionaire y me entero de que ganó cinco premios Critics' Choice, incluyendo mejor película, mejor director y mejor guionista. Dicen que en los últimos diez años, el 70 % de dichos premios coincidieron con los Oscars. Por mi parte, festejo entonces que el de mejor actor lo haya ganado el genial Sean Penn por la gran actuación de su vida interpretando al activista gay Harvey Milk en el film Milk, de Gus Van Sant. Yo si me pongo en sincero y no la careteo intelectualosamente, me juego por mejor película 2008 a The dark knight, la mejor Batman. O quizás se lo doy a The wackness, escrita y dirigida por Jonathan Levine.  Depende de cómo me acueste la noche anterior (atenti porque se sospecha una revoltija de intelectuales al respecto).
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The dark knight tiene el mismo mensaje que la serie 24: “tratemos de que sea legal y si no… también se hace”. Detrás de esta peligrosa enseñanza hay intertextualidades nietzscheanas, dilemas morales, un protagonista opacado al punto de la invisibilidad por sus secundarios (Ledger, pero también el Fox de Morgan Freeman, y largos etc.) y un guión preciso.
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The wackness es un devaneo acerca de la libertad del placer contrapuesta con las expectativas de los otros y su imposibilidad de concretarse pero también de evadirse. En el medio hay conflicto de amor adolescente, drogas, algo de buddy movie con Ben Kingsley y cierta frescura moral que festejo de pie.
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Todos y todas con su mensajito intertexto superobjeto punto de fuga acerca de algo (uno es especialista en las quintas patas de ningunos gatos), y si la Fiesta del Monstruo es gorila y fascista mal y si tira mensaje positivo bien y el Indio Solari encerrado en su casa ya no puede hablar de nada y de qué querés que te hable, necesitas que te diga algo, qué me quiere decir. Te quiere decir algo y ponés en google mulholland drive + explicación y ahí lo tenès.
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Para meter confusión quise ver Che: El argentino, pero la copia que circula por internet está mal y espero que la suban bien. Y luego –y a eso vamos– veo, hoy, “Maradona by Kusturica”.
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2. Kusturica por Maradona
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El epicentro de la película es el segundo gol que le hace Maradona a Inglaterra en el Mundial de México 86. “Es increíble que el mundo no haya perdido su eje cuando mil millones de personas festejaron ese gol”, dice en off Kusturica, yendo en taxi por General Paz. Maradona por Kusturica puede verse como un doble film en donde tratamos de conocer al primero profundizando en el segundo. Maradona supone para el director una clave que viene desde su primera película: podría ser el héroe de ¿Te acuerdas de Dolly Bell? (Sjećaš li se, Dolly Bell, 1981) Fiorito podría ser Gorica, suburbio de Sarajevo, podría ser Diego quien recita en Papá está en viaje de negocios (Otac na službenom putu. 1985), en el rol del padre, preso por adulterio, y también recitar en Gato negro, gato blanco (Crna mačka, beli mačor, 1998), en el pellejo de un hombre que es el peor enemigo de sí mismo. Además, en el film Kusturica nos dice que hace cine convenciéndose de que sabe acerca de las mujeres y ocupa parte de su film en desentrañar a Claudia Villafañe como factor de salvación del ex jugador y adicto. Pero, y por sobretodo, hay algo que conecta a Maradona con Kusturica y es, para el director, que Diego personifica excelentemente el “espíritu aristocrático”, que él había encontrado en las personas de bajos recursos de su zona. Un espíritu de superación e importancia personal incomparable que surge a partir del sufrimiento de la falta y el sacrificio de alcanzar un imposible. Esto el director se lo adjudica a Maradona al margen de su Genio en el terreno futbolístico, diciendo que de no haber sido ése el escenario sería un revolucionario y ejemplificando con escenas en las cuales Diego y su comitiva se cagan olímpica y aristócratamente en Kusturica y en Manu Chao (y tomando el testimonio de las negativas del jugador a conocer al príncipe Carlos y demás líderes mundiales).
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Detrás de este mensaje, el verde césped como un paraíso y el Mundo exterior como un sitio extraño para un Maradona con abstinencia de cancha. Los Sex Pistols sonando en cada gol y cada gol representando un acto de justicia, un atentado tercermundista hacia el Poder.
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3. Tiempos
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Verla uno es una cosa, porque uno sabe qué escenario viene primero y cuál lo sucede. Otra es la historia de alguien que recibe noticias de Maradona cada cinco, seis, diez años, y se encuentra con esto: un extraño modelo de múltiples y simultáneos Maradonas, gordos, flacos, hiperobesos, barbados, destruídos, ebrios, cantantes, héroes. El viaje en el Tren del Alba junto a Evo Morales y Bonasso, el acto con Hugo Chavez; su paso como conductor televisivo; el regreso como mesías a Nápoli; internado por falopa e hiperobesidad; internado por alcohol; cantando el tema de Rodrigo en primera persona.
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Ahí me vuelve el tema del mensaje. Maradona como un ícono que nos muestra y demuestra, un Lennon argento me digo ¡no! me digo pero Sí. Mostrárselo al Mundo bien y nuestra cultura como razón y etnocentrismo para todos. Críticas a la cultura desde un falso extrañamiento y pensar que Kusturica se comió a Diegote bancándolo a Menem, a Cavallo, no aceptando hijos y al toque pensarse a uno concentrado en su dictatorial liliputiense fascistoide, dándole los superpoderes de la moral a Morbito, emperador morboso del dedo índice. Kusturica entabla otra hipótesis sobre Maradona: éste hacía feliz a la gente, representaba a su modo la justicia, estaba en contra de los poderes y hablaba desde el corazón, por lo cual “tenía asfaltado el camino a la santidad”. Pero Diegote no estaba listo para ser un santo y por eso las drogas.
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Vamos a lo bizarro: Escena 1: Kusturica tomandose cinco o seis Quilmes de ¾ litro en una tanguería, quedándose luego dormido. Escena 2: Exterior, cancha de Argentinos Juniors (estadio Diego Maradona). Un grupo de personas con capacidades diferentes autodenominados “Iglesia Maradoniana” ofrece una boda a una pareja de subnormales y todo concluye con el novio (de gran peinado, muy chabanezco por cierto) gritando psicóticamente. Escena 3: Kusturica embolándose en un vip pedorrísimo del cabaret Cocodrilo con dos minas en bolas mientras en off hace un monólogo por lo menos polémico discutiendo a Jung, Freud, Borges (a quien cita en múltiples ocasiones y todas tiradas de los pelos) y siguen las firmas. Escena 4: Maradona cantando en primera persona el tema de Rodrigo con los Ratones Paranóicos como banda.
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El caos temporal reina la cinta y, mire usted, ya no sé si está bien o mal (guardemos, vayamos guardando, el dedo índice). El mensaje del film es de un socialismo amable y cubano, y como eso es lo más próximo a mi ideal de un gobierno y de una sociedad y de un sistema de salud y de educación, me parece bien. La película transmite un mensaje: la cocaína es mala, el Poder del centro debe discutirse (el apartado de Kusturica acerca del ALCA es interesante) y una persona puede vencer lo que hicieron de él, creándose una moral propia.
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La clase de films que no ganan el Oscar y qué mensaje te dejó el Guernica: ¿el de la justificación?
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No seré yo quien responde. A mí, que se me murió el arte, lo único que me importa es que Kusturica es un amor de persona, un amable y gentil hombre con un talento a la altura de su humildad.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Gran Hermano: El espejo de la nada

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Hoy le comuniqué a Vargas ideas acerca de una sección cultural para su diario y lo cuestioné acerca de algunas credenciales para acudir a eventos; me dijo que, en principio, sí. ¿Fuentes pejotistas o ambiguas? Hoy no es el día. Le pasé un texto para el futuro, para cuando vuelva GH, "en los próximos meses". Hoy, dijo él. Quizás de emergencia.
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Link.

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Y entonces ahí el texto que le envié -con la premisa, "para cuando haga falta", no hoy, ¿verdad?
"Ya lo publiqué", me dijo. Sin cursivas. Bueno. La vida es incómoda, nomás.
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Gran Hermano: El espejo de la nada
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¿Qué ven cuando todos ven? La nada, el relato absoluto, el panóptico, la violencia de la imagen y cómo ver Gran Hermano junto con Jean Baudrillard, Friedrich Nietzsche y Michel Foucault.
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1. La lapicera y el autor. Varias posibilidades. Y ningún Orwell.
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A saber:
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Uno: hacer (yo polimórfico y plural) un informe desde la eterna referencia a la nada (¿nihilismo?) que se ve en Gran Hermano o la nada desde la que se ve GH (o cómo decir, en este mundo que pide a gritos que lo envistan de sentido, por casa cómo andamos). O dos: concebir en esta decisión económica (el espacio busca un segundo de publicidad desde) un dejo de represión de subjetivismo. O, como diría José Pablo Feinmann: “la colonización de la subjetividad”. O tres: unir todo, posmodernizar todo; un collage de pequeños, paralelos relatos. Un Beck desarmable y de periferia jugando a centro (¿o vieron la comparación casa/estudio nacional-extranjera?). O cuatro, bien: ver en el absoluto-programa un discurso único, una razón instrumental, un estado para-político, un triunfo del mercado, un mundo liberal. En una casa stalinista.
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En lo actual, y prendiendo ahora el televisor, podemos empezar por ver la inicial exaltación absoluta de los estereotipos masticables (están el gay, el preso, el bueno, etc.) y la inevitable y posterior caída de los mismos. ¿No son todos los insertos en una misma experiencia, de exposición patológica y de ambición monetaria, en sí mismos, un estereotipo? El tránsito del ex participante de GH por los distintos programas muestra la nada desde la que está construido y el poco margen de productividad que creó la estructura para esta mano de obra, una vez usada. (Y ver, aquí, AM, Odisea argentina, GH el debate y demás demases del universo multirreferencial ombligo del mundo televisivo.)
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2. Y el juego. El juego en sí.
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Es, en principio, un juego homogeneizador. De rebaño nietzscheano.
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Cuando una personalidad se asoma del resto se expone a nominación por blanco fácil (la suposición de que otro, con el comentario, lo nominará) y se la expulsa por sistema de voto negativo. Históricamente, los ganadores son los más normales –el mayor estereotipo, el de “gente normal”, escapa al resto–, quienes no establecen estrategias ni pactos. Es, entonces y por desgracia, un juego que se gana “no jugando”.
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El premio del programa ($100.000 deducibles de impuestos, un tercio del promedio de las incontables ediciones exteriores), parece innecesario. La mayor parte de los participantes se encierran en busca de trabajos posteriores (dícense $900 en Sunset, $30.000 en tapas de Playboy y miles de pesos en miles de boliches en pagos que van 50% para participante, 30% Telefé y 20% representante) y, desgracia de que no jueguen, se desaprovecha el potencial de encerrar a aspirantes a actores a un juego político de realidad reducida. De realidad condicionada. De ninguna “vida misma”.
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Y vida misma decía alguien. Y el elenco ABC1 clase media-alta de entre 20 y 28 años parece un ámbito reducido de realidad. Es la realidad que se quiere ver. La realidad condicionada, posmoderna, privatizada, condicionable. Conjunto de ovejas telefés, frívolas corporaciones de metáforas de cuartos de hora warholianos y orgullosos y contentos.
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Y encerrados. Trabajando 24 hs. al día por $1600 mensuales. ¿Cerramos la puerta de Marx y su capitalismo como esclavitud reducida temporalmente? Concibo la exageración: eligieron ese encierro: “en mi mente, una cámara. En mis ojos, un espejo”. El panóptico, la cárcel, el manicomio, las fuerzas del poder. Y el narcisista, encerrado, se hunde como símbolo fetiche de las comunicaciones. Como futura vedette de Sofovich.
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Como amo y esclavo y como amo de su propia esclavitud.
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3. Poder. Empresa – Público – Imagen
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Dijimos panóptico. Oigamos a Foucault, entonces, describirnos la Casa más famosa del país: “Una máquina perfecta de disociar la pareja ver-ser visto: en el anillo periférico, se es totalmente visto, sin ver jamás; en la torre central, se ve todo, sin ser jamás visto”[1].
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Y repetimos: por dentro, espejos; por fuera, cámaras. Y en vivo y en directo. En cable, por internet, por celular. En ringtones. Con el disco a la venta. Y en tapas de revistas de todos lados. Click Producción click consumo.
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Consumo/producción. La estructura maneja la imagen. Se adueña, derechos de copyright, de los esclavos privatizados. Y dice (y en paz no descansa) Jean Baudrillard: GH “es el espejo de la banalidad y el grado cero”. Y sigue: “Más allá del control, los sujetos involucrados dejan de ser víctimas de la imagen, se convierten inexorablemente ellos mismos en imagen”, en el marco de “una socialización virtual, forzada, que manifiesta la desaparición del otro como ser social”[2].
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¿Socialización virtual forzada? ¿Desaparición de la Otredad? Violencia de la imagen.
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Imaginemos la casa y el juego e imaginemos, a posteriori, este escenario: perder la propiedad privada y al abastecimiento egoísta de productos; perder la intimidad y la libertad; atenerse al mandato general para expulsión; careta socialista y espíritu neoliberal (el final como embudo con una salida) y el derecho de piso de fama prestada. Derecho de piso al fin.
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Y la nada vista desde la nada. La nada–el televisor–el voto. Asterisco nueve mil nueve. Vot espacio uno. Y de nuevo la televisión y la compensación simbólica del ciudadano. Del consumidor.
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Del pasivo.
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¿Está usted mirándome a mí?

4. Relatos
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Existe la creencia general de que un hilo de guión maneja las tramas de GH –de eso venimos hablando. Esta teoría, lejos de escéptica, me parece ingenua. Un equipo de ghost writers 24 horas al día supone un gasto innecesario y un riesgo en cuanto a denuncias/traiciones posteriores. También, digámoslo, significa una voluntad ficcional y hasta artística que daría al programa-juego un nivel superior como reparto de símbolos. Y cierro: un guión comenzaría con pautas publicitarias, no con delirios místicos (ver GH2).
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En este caso puntal, la trama ( y a eso íbamos, al Relato en mayúsculas, el telos) es otra. Las pautas del guión se rigen por un sistema de edición, musicalización ad hoc y presentación de temas; también, adentro, por un equipo contenedor/propulsor de psicólogos, por (in)filtración de noticias del afuera desde gritos, elección de preguntas del voice graph, el ingreso y salida de vestimentas y un sistema de premios y castigos (información, video de familiares, etc.).
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Tramas tramas.¿Pequeños relatos anárquicos? No. Tres equipos de cámaras arman el relato único final adentro y afuera. La versión absoluta de a historia. El gran final. El final del olvido.
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Tiempo después, dos, tres años más tarde, nadie recuerda qué es lo que pasó en GH. Quienes salieron, qué hicieron.
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Porque el gran relato, el telos, el sentido, va por otro lado. Por ese espejo, lleno de nada, que ve todo desde la parte central del panóptico. Ese espejo lleno de nada que ve la televisión llena de nada y espera. Espera, el espejo y su reflejo, la última ola, la última guerra nuclear, el tecnocapitalismo.
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Asterisco nueve mil nueve. El mundo sin sentido. El hombre sin telos.
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Y los símbolos que se matan por petróleo.
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Y Vot.
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Espacio uno.
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Y tenés cinco minutos para abandonar esa casa llena de símbolos.
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[1] Michel Foucault, Vigilar y Castigar, Siglo XXI, México, 1999
[2] En un coloquio de la Ècole Normale Supérieure de Paris, 2004.

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