viernes, 21 de junio de 2019

La era de la estadística


Una discusión que llega tarde y entre paréntesis: ¿El rock murió? ¿No habrá más guitarras eléctricas en centralidad, o lo que no habrá más es centralidad?

Texto e imágenes por Nahuel von Karg   (original de Centro Hausa)

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Múltiples reportes dan  cuenta ahora mismo de un debate que atraviesa sobre todo a quienes, ya transitando los treinta y algo de años, vemos que el trono del presente ha pasado hacia generaciones que administran el capital cultural con otras pautas, aquí y en todas partes del mundo.

El debate es sobre el rock, su muerte, su vencimiento. Y las estadísticas globales que lo desnudan. La pregunta es: ¿el rock perdió el reinado como Embajada de lo nuevo en la sociedad y se volvió un género anclado e inofensivo con destino de jazz, tango, música clásica (ghetto vintage, música para músicos)? Y, ya que estamos, ¿cada persona queda anclada en lo que escuchó cuando era adolescente y el rock está hipotecando su posteridad?

Hay dos variables para analizar la vigencia del rock ahora y compararla con su presunta época de oro (segunda mitad del siglo XX) y esas son: los festivales (y su actual hibridación de públicos etarios diferentes) y la visualización abierta de consumos (que permite comparar géneros que antes transitaban paralelas).

Si vamos a 1978, año posterior a la llegada del punk, descubrimos que en el top 100 de singles de Billboard (comparable al actual conteo de reproducciones por single, en Spotify y Youtube) la presencia del rock fue más simbólica que cuantitativa; dos, tres temas con guitarra eléctrica cada veinte de Diana Ross, Bee Gees, Air Supply. En 1994, apogeo grunge, el top 10  es con Ace of base, All4One, Boyz II Men, Celine Dion, Mariah Carey. Y así con el resto. ¿Por qué en estos años, entonces, no parecía que el rock temblaba ante estos otros consumos que no cuentan hoy con las reproducciones de Nirvana o The Clash? Más allá de las ventas en long play, se advierte que Pearl Jam y Ace of base eran paralelas para públicos que no obtenían información uno del otro, y Lali Espósito hoy comparte escenario en Lollapalooza y conteo en Spotify y en Youtube con, por poner un ejemplo, Greta van Fleet (y ya que estamos, ¿por qué pensamos que la banda estadounidense es el eco del eco del eco –cien años de perdón– y la multitalentosa artista argentina un exponente renovador de un formato sin pasado?).


2

EL 14 de febrero del 2019 Mario Pergolini  presentó a Paulo Londra en su programa de radio en Vorterix como “alguien que en seis meses superó con dos canciones, en reproducciones, a toda la obra de Charly García, Spinetta y Soda Stereo” (y menos mal que no lo cotejó con The Beatles). En su nota de tapa en la revista Rolling Stone sobre Duki, Lucas Garófalo también compara las métricas del héroe del trap local con las de Charly García, a quien más o menos le perdona la vida. Evidentemente la movida de trap argentina que presenta artistas jóvenes (!) con una identidad novedosa y que resuena en el extranjero (allí están las giras de diversos integrantes de esta camada por América y Europa) es un activo que el rock, por diversas cuestiones, parece haber perdido (la preadolescencia, la visión de hermanx mayor que aparece como quiebre del sistema para traducir la experiencia, ayer en revistas y recitales, hoy en instagram y youtube).

Actualmente All4One no tiene la vigencia (es decir, la validación de una obra bajo instancias de juicio futuras, cambiantes, múltiples) de los Sex Pistols, ni Boyz II Men la de Janis Joplin (ni la de Joni Mitchel, ni la L7, ni la de Juana Molina, etc etc), ni Shania Twain la de los Rolling Stones.  Pero es cierto que Miles Davis, Carlos Gardel y Mozart también ganarían una batalla a cien años contra el mejor postor del rock de aquí a diez años, sin que eso augure esperanza per sé a géneros que representan en sus triunfos actuales la excepción a la regla.

Y el activo del rock, lo que extendió su vigencia por más de medio siglo, fue la evolución del sonido, justificada por las posibilidades crecientes de sus instrumentos, de su tecnología. Allí donde el jazz se encerró en un cuarto de variantes (pese al estallido renovador modal de Miles Davis y George Rusell) y el tango no pudo abrirse a tiempo (Piazzolla como anticristo de lenta absorción, y la fusión con música electrónica como manotazo de mercado cual ingreso de vicepresidente de partido opositor), el rock siempre tuvo un as bajo la manga. Electrificado luego del blues, se hizo música de protesta, contracultura, distorsión, pop,  psicodelia, progresivo, heavy metal, punk, funky, disco, synth pop, glam, grunge, rap-metal, nü-metal, ¿etcéteras? Decaída una fase, surgían veinteañeros a pasar la tradición del sonido que los había criado por el filtro de la tecnología y del clima de su época. El tiempo dirá si el trap se declare cultor de un linaje y pida un ADN rockero (¿Illya Kuryaki?, ¿los estallidosprogresivos de Ca7riel y Paco Amoroso?, extendiendo esta tradición con un ingreso comunal alla Reggae,  o integre lo que fue la soleada y solitaria avenida del rap en la cultura rock americana. Una clave para desmentir esta última opción: la discriminación del hip hop dentro de la estética rock anglosajona fue y es hija directa de la discriminación de las pieles, y ahí están los “rockeros” Beastie Boys y Eminem, eminentemente blancos; acá hay grieta de clases pero ése nunca fue un problema. Fue la cumbia la que tuvo la relación con el rock que el rap tuvo allá, legalizarse de a poco. (No por horrible deja de ser verdad.)


3.

Marilina Bertoldi, artista de rock de última generación y reciente tapa de la revista Rolling Stone argentina, se manifestó aireadamente en recientes stories de instagram en contra de las múltiples versiones de la “muerte del rock”, que ella relaciona con la negación de un cambio de época por parte de una estirpe de varones en duelo. “La historia del rock fue hasta ahora la historia del hombre en el rock”, manifestó en cuanto al reparto de tareas y de recompensas en su actividad, pero no sin una cierta lucidez cruel que daña también, lateral e inconscientemente, a sus precursoras (cada generación nace asesina, se sabe). Es cierto que hubo una iconografía del rock en la imagen del depredador rockero reventado, que puede resumirse como escuela en todos los blogs anónimos de denuncias por abuso (la otra iconografía es la apatía aristocrática antiempresarial cuyo árbol desciende de Dylan). Pero suena arriesgado asociar, no sólo  la caída visible y mundial del sonido de guitarra eléctrica (y de batería analógica) en los rankings globales de consumo, sino también la pérdida de centralidad del rock, a este cambio de paradigma fruto de las conquistas sociales de esta nueva mayoría, y al noble derrumbe de las licencias de las que gozó el “artista” varón, desde el Renacimiento hasta el #MeToo.

(Agregado gratuito y contraproducente: Ya que hablamos de dominación y estética, podríamos agregar a “la historia del rock fue la historia del hombre en el rock” un “la historia del arte es la historia de la clase alta” para evaluar si la relación entre producción de clase alta, media y baja no es, en todas las modalidades y disciplinas –incluyendo claro al rock, que siempre trató a la humanidad (iconografía 2) como al personal de limpieza de su casa–, histórica y respectivamente, de 85%,14% y 1%, grosso modo.)

Pero, volviendo al presente, la estrategia del rock ante el zeitgeist hiphopero que se contagia (ahora sí, ellos) de las tecnologías de producción musical y comunicación audiovisual diseminadas en cada hogar (lo que fue la vhs y el crack para el hip hop de los noventas, acá traducido por alumnos de cine, dos locaciones y poner el contra fuerte para que se vea el humo del faso, en instantáneamente exitosísimos videos de youtube que serán lo más visto de su carrera por varias generaciones de directores –¡excelente! –), parece haber sido replegarse en el pasado. Volver a la guitarra, re-presentarse en ausencia (las biopics de Queen, Mötley Crüe y Elton John), enmarcar la historia dentro de lo turístico (los recitales de hologramas, la estatua de Lemmy en el Rainbow de Sunset Strip), y la era de los micropúblicos, y la era de la remake (los capítulos que vienen, el 4/7 y el 18/7, respectivamente, en este mismo baticanal). En cinco, diez años, sabremos si alguien de veinte años provisto con una guitarra eléctrica pueda inventar un sonido que dé un poco de vida al género de Jimi Hendrix, ya con la tumba del K-Pop enterrada.

Quién sabe. Quizás, para ese entonces, no podamos distinguirle de una inteligencia artificial.

martes, 8 de septiembre de 2015

Messi y Dios


 A las pocas horas de la negativa de Florencio Randazzo a ser precandidato a Gobernador de Buenos Aires por el Frente para la Victoria, comenzó el desfile habitual de intervenciones graciosas de (y no en) twitter argentina. Una imagen presentaba a Randazzo (ese que pudo haber sido gobernador pero fue víctima de la fatalidad de la inercia de una lógica) en una conferencia de la Comic-Con junto al elenco de Game of Thrones y una leyenda simil  “Randazzo explica el fin abrupto de su personaje y las tramas que quedaron inconclusas”. Lo cierto es que la serie Game of Thrones utiliza un sistema de verosimilitud exageradamente real y que se da de espaldas con el sistema de mitos que nos desparramó la literatura (y que quizás promete la serie en la suposición de destinos al final de la primera temporada). George R.R. Martin, autor de la saga de libros en la cual se basa el envío, escribió una carta en la cual argumentaba que si un personaje, por cuestiones de ego, estupidez, o vaya a saber qué, se pone en peligro, puede morir. Y va a morir.


Game of Thrones asesina al protagonista central de la saga tres veces, temporada por medio. Presenta un mundo sanguinario, cruel, básico; una edad media revisitada y decorada (Lannister por Lancaster, etcs) y un conflicto de fondo (zombies vs dragones) que se supone fantasmal por falta de carisma. Los humanos pelean por un poder aparente que termina siendo una ilusión que los mata a todos; el sentido de la serie es la búsqueda del héroe  (un whodunit del héroe más que el de un asesino o culpable) que soporte el peso de la atención que se merece la empatía sobre los procesos políticos que transcurren en Westeros. Los Stark, quienes representan el mito humano, caen como naipes después de prometernos el linaje con el centro de la historia. Como Randazzo, como Messi, presentan amagues de Historia en mayúscula y el destino (Gotze, el Topo Higuiaín, The Watch, CFK) los corre para abstraerlos de buenos modales. (Breve paréntesis para Jon Snow, cuya muerte parece ser –debería ser– esta vez una falsa herramienta de sentido, y debiera volver a la vida Melisandre mediante para inundar ese mundo de camorra.)



  1. El costo de la Historia.


La madre del Kun Agüero publicó, cuando su hijo y sus compañeritos perdieron la Copa América, una carta abierta en la cual pedía lucidez y moderación a la hora de juzgar procederes ajenos. Cualquier niño sensible sabrá de lo que estamos hablando: tiene absoluta razón en sus pareceres, pero los grandes acontecimientos que un hombre elige para entrar en la Historia (que un hombre mayor, consciente de los pros y contras, repetimos, elige) consisten en una suerte de atajo de dimensiones. Tiene un costo altísimo perder en la última instancia una Copa del Mundo precisa y justamente porque ganarla provee los beneficios más absolutos y definitivos. Pensemos el caso de Maradona, a quien las revistas juzgaban antes de México 86 y a quien luego se le perdonó todo. Maradona en un primer googleo panorámico se nos presenta con una veintena de actos condenables (no hablo de drogas) y hoy por hoy goza del amor del pueblo. Ejemplos: fue designado director técnico de la Selección Argentina sin el menor pergamino para el puesto, fue suspendido del Mundial EEUU 1994 por una irresponsabilidad que no se le perdonaría a un amateur en un sub17. Si Burruchaga no la metía en la final del 86 y erraba un penal luego, ¿nos bastarían sus hazañas en el Nápoli para festejarle entrevistar a Robbie Williams y a Tyson o secundar al Príncipe Alí en la votación de la FIFA? La distancia entre Burruchaga e Higuaín es el condimento de suerte, el elemento externo que necesita un alma para sentir la ilusión de pegarla o no antes de sufrir el sinsentido de todo esto.

  1. El papel del alter ego para la dispersión del destino y la tragedia de verse con tinta eterna


Los espectáculos públicos en los cuales se jugaban destinos por juego o por voluntad popular (el circo romano, los ritos indígenas, las competencias en la edad media, las peleas físicas de humanos y su evolución en las competencias de artes marciales y boxeo) se originan en la concepción, luego traducida a otros ambientes, de que hay seres humanos desechables y que sirven para entretenernos. Como animales de criadero, su destino pierde importancia ante nuestra sed de establecer categorías viéndolos competir. Es evidente cierta evolución cuando pasamos de hacer señas de cielo o tierra para matar o perdonar la vida a un esclavo a dejar un comentario insultante en twitter a quien la lógica de mercado actual le permite acumular las riquezas y comodidades de veinte generaciones. Pero esta evolución esconde una trampa y es que se han dado vuelta los escalafones. Ahora los reyes se despliegan en el centro del campo y los esclavos, que viven entre jornadas laborales trágicas de ocho horas y frustraciones moderadamente escalonadas, están entre el público. En esa suspensión de la vida, en ese juego de rol en el cual se mezclan los destinos, yace la acumulación de sentido con la que debe lidiar Messi y la que asusta a la madre del Kun Agüero. Porque nuestra pulsión de muerte desea concebir un destino prefijado (en Messi como ejemplo) para ilusionarse con el renglón póstumo que significa Dios; pero también le sirve a la pulsión de vida la escena de resignificarse en la gloria efímera, como todas, del rito popular.

  1. Los destinos

Vi la final de la Copa del Mundo Brasil 2014 en un bunker de la desesperación, el bar El Alamo en Palermo. Cerrado herméticamente, el centenar de almas unidas por la ilusión nos emocionábamos ante cada pase bien recepcionado, temblábamos aullando con cada robo del balón, gritábamos eufóricos ante cada mínimo remate y golpeábamos las mesas ferozmente al alarido del “uuuuuuhhh” cuando nuestras posibilidades se topaban con el destino de plata cruel e infinito. En una de mis innumerables visitas a la barra para pedir esas jarras de cinco litros de cerveza (el mito: adulterada) que son la marca del local, asistí al pase magistral de Messi, a la posterior habilitación de Lavezzi y al gol (que percibí, pese a mis módicos conocimientos futbolísticos, en offside) en offside de Higuaín. Una ola humana de proporciones épicas me arrastró hacia el pogo de felicidad más grande de mi vida mientras yo, que había notado al igual que el cerebro de Higuaín el adelantamiento (sino no hubiera sido, en su masoquismo, gol), anhelé como nunca antes un plano general para ver al juez corriendo hacia la mitad de la cancha convalidando ese gol ilícito. El plano se quedó corto con Higuaín, dándose ínfulas y recién me entregué al festejo y al grito cuando vi que el marcador decía Alemania 0 – Argentina 1. Ese cero convertido a uno me confirmaba que habían dado el gol por legal, que alguien en el estadio veía el panorama general y que se terminaba por fin la maldición de Alemania, la maldición de la camiseta azul y acontecía el coronamiento por fin absoluto de la bondad, la virtud y el merecimiento en Messi, ese niño al que echamos cual espartanos por sus debilidades y a quien le depositamos la capa del zeus dionisíaco para que nos haga olvidarnos de nosotros mismos. Porque el destino de Messi, como tantas otras veces, me importaba más que mi destino. Porque en su caída, en la muerte del héroe a manos de los mortales, se nos evidenció el monopolio terrenal de nuestras acciones, la inexistencia del componente Dios en la ecuación del caos que vivimos. Dios, que es el renglón que inventamos para arreglar el final, no puede arreglar nada. Y fuimos testigos de eso. Y podríamos haber confiado en el tren de los motivos y el todo sucede por una causa (las coincidencias entre el mundial de 1986 y el del 2010, las coincidencias entre Messi y Maradona, el destino de héroe que nos impartió la épica desde siempre) pero ahí está la vida, sinuosa, caótica, para devolvernos el plato vacío de sentido y a Dios completamente muerto.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Las formas del presente en el futuro

UNO (acerca de la degradación viril de la raza humana yo)


No hay, obviamente, categorías absolutas en cuanto al debate meseta.  “Me gusta el verano” depende como todo de un contexto determinado. “Me gusta Brad Pitt” (¿golpeador, con SIDA, muerto?), “me gusta el invierno” (¿viviendo en la calle?). O sea que uno acepta al verano en su rango de variaciones más o menos felizmente burguesas que incluyen la electricidad. Y hete aquíy a eso ibamos– la base de nuestra concepción, obviamente burguesa, de las cosas, del aquí y ahora, que se modifica generación en generación sumando confort y música para volar, y llevando a la humanidad toda (el pobre de hoy es el cheto del siglo XIX) a un estado de “mantequita” colosal que, a mi modesto entender, es positivo.
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DOS (acerca de por qué soy nazi en verano)


¿Qué me pasa con ese talón de Aquiles al cuadrado que es el corte de luz en la cruda sinceridad del verano?
Recuerdo salir desnudo a la terraza a gritar loco de furia en mi, ponele, sexto día consecutivo de corte de luz como acento de unos treinta grados de noche. Hace cinco años comenzó esta temporada de ayuno energético y la primera vez no fue por la inoperancia gubernamental (porque, posta, hay gente tiene que vérselas con empresas ficticias, coimas monumentales, testaferros, abogados, lobby, prensa, sobres, ¿y cómo querés que les quede tiempo para gobernar?) sino por una puta fase de mierda. O sea que era yo, en el papel del enfermo de mierda y el resto del mundo como villanos invitados cagándose risa con su aire acondicionado (aire que yo, al día de hoy, tampoco tengo).
El hombre, a diferencia del joven (como eufemismo de niño), se construye desde el mañana. A nivel metafórico, de futuro, y a nivel literal (ya sé que la muerte es el manantial formador, pero hablamos aquí de otra cosa). Pensás en resaca, en obligaciones, en reuniones, en consecuencias, y te formás desde allí, desde ese sendero ficticio, hipotético y falso, en un contexto de mediocridad entregada y rendida. El joven vive la realidad falsa, no la posibilidad cierta. Por eso fuimos mejores siendo peores. Pero iba a que, que se te corte la luz, después de cinco veranos seguidos de corte diario, es una depresión no por la ausencia de electricidad hoy –que escribo transpirando frente a las velas, escuchando a Fanstasmagoria en la radio por esa magia llamada celular–, sino por la inercia que esta impericia gubernamental supone en los días posteriores y su desde entonces miedo al corte. Su mañana formador de presente.
Pero está bueno que ahora también le pase a Capital Federal, al querido Roma CABA, porque, por sus reacciones, veo que no estaba tan ido.

TRES (acerca de la inmadurez creciente en el ser humano)


¿Nos gusta más coger minas o alimentar al niño cómodo que sometemos por capricho? La respuesta está en el pasaje a la adultez, ese estado post-mortem que no se define por pulsiones.

CUATRO (acerca de nuestros representantes)


El bigote audaz, ya no inercia de un look anterior flaco que deviene ridiculez de gordo morsa (Lito Nebbia, Jaime Roos, Jorge Asís, etc) sino como rasgo de impunidad, en nuestro brazo armado (de valijas) del gobierno (De Vido, Anibal, Alberto), supone una imposición de principios, un prólogo del “a mí no me importa una mierda, hago lo que me pide la realidad cruda y dura capitalista” que Jaime Duran Barba le hizo afeitar a Mauri Macri y alguien antes a Hadad, para que no se note tanto.

jueves, 28 de febrero de 2013

Once.


Once twitts lobbystas desde 

1.
Todo es la excusa de algo anterior. El antimaterialista, que descree de los estímulos económicos y se aferra al humano evidente detrás de la realidad, nace todo el tiempo y cuando le preguntan qué hereda, responde Padres. Heredé padres.

2. la humanidad se reproduce en busca de epílogos. El periodismo post-mortem comienza antes de la muerte.

3. Digo que la exposición de temas profundos es mejor desde el entretenimiento. Me contestan elitista y anti elitista.

4. Un juicio ajeno abierto por vos, con leyes en las que no creés. Cuando se establecieron el negro y el blanco como símbolos de moral, la noche bañó libertad con fecha de vencimiento.


5. Dar sombra no depende de nosotros sino de elementos externos. Nota sobre la resonancia de ciertas cajas negras, abiertas por el halo de la tragedia.

6. Desde afuera todo se ve más cómodo. Fobias, ataques de pánico, frío, calor, miedos, amor. Si no lo sentimos, lo juzgamos. Y el idioma sirve para ver esas cosas, cuando son propias, como desde afuera.

7.El crecimiento de las fobias  es el crecimiento demográfico. Más tocan la herida, más somos la herida.

8. Paradoja: Es una decisión unilateral jugar con dos laterales.
9. Hulk es un invento machista para justificar desde la empatía al tipo que golpea a su mujer en pedo y al otro día se olvidó de todo.

10. Cine del futuro. Pantalla en blanco y silencio. Con anteojos que reproducen película o serie y aurículares, personas pueden ver lo que elijan del menú del cine. Entran y salen cuando quieren, no dependen del horario.

11. El dolor inmerecido duele por eso. Por su aspecto azaroso. Conclusión: hay que buscarse los problemas. Es un dolor que da orgullo.


lunes, 18 de febrero de 2013

24 hs en el carnaval de Río de Janeiro


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Llegamos al aeropuerto Antonio Carlos Jobim, popularmente denominado Galeão, a las 01.30 hs de la noche de sábado ya domingo. Somos tres personas, Guille, Aven y el servidor. Es una picante noche calurosa en Río de Janeiro y es la primera del carnaval 2013.

En el aeropuerto no hay casi nadie. Compramos una botella de litro de whisky Buchanan´s en el free shop y salimos. Hay un puesto de taxis, la única que nos queda. ¿Cuánto es?, consulto. Me refieren la suma de ochenta reales. Son $320 argentinos, si cambiaste en una casa de cambio ilegal. O $260 si pagás con débito o crédito, o si la AFIP te autorizó a comprar reales (a mí no me autorizó ni uno sólo).Un choreo. El presupuesto que me refirieron externos otrora viajeros es de cien reales diarios. Pero bueno. Lo pago. Es la única que nos queda.

El chofer, como el viaje ya está pago, va a mil por hora. Sale del aeropuerto y conduce por la autopista Vermelho, a toda velocidad. Al costado, las favelas en los morros sirven de arbolito de navidad del superdesarrollo. La humedad viaja hacia la superficie abrazando el puente que nos lleva al Manhattan latinoamericano. Los cables transitan la información de manera desordenada. No se ve a nadie en las calles. Mis amigos le consultan al chofer por qué no hay nadie, el mismo no nos entiende o finge eso y no contesta nada. Su posición dominante me evidencia que nos tiene a su merced, con todas nuestras posesiones. La primera cara del carnaval es la de un empleado ofuscado que al cabo de pocos minutos nos deposita en el hotel Atlantico Business Centro, el único disponible cuando hicimos la reserva, poco tiempo antes. El Hotel es digno y lindo, y ya a minutos estamos asaltando las cervezas Skoll, el Buchanan´s nuestro y las diversas boludeces que el Atlántico dejó para el confite nocturno, a saber castañas de cajú, guaraná y agua para equilibrar las cervezas del día anterior en Argentina, hace pocas horas.

–¿Você sabe onde está la festa? –le consulto torpemente al empleado de abajo, ya preocupados por la ausencia total de gente en el transcurso del taxi. Dos cuadras para allá, me dice. Dicho y hecho. Caminamos por Rua do passeio hasta la entrada a Lapa, un San Telmo brasileño multiplicado por doscientos, en donde se nos aparece un festejo multitudinario. Millones de personas festejando, alimentadas por decenas de miles que venden tres latãos de Antartica (500 ml) a 10 reales, o cada cerveza (355 ml) o Smirnoff (el fernet brasileño) a dos o tres reales.

Hay distintos escenarios, infinitos, en toda la ciudad. Arriba de ellos diversos cantantes que parecen el mismo se paran en cintas para llevar adelante un samba multibeat en la que un embotellamiento con bocinazos no desentona. La gente camina disfrazada por toda la ciudad, cagándose de risa, con trompetas metafísicas, pelucas rosas, latas y latãos, bailando, caminando por la inercia del Carnaval que despojó a la gente del atributo capitalista con el que se disfrazó hasta ahora. Porque en Río de Janeiro no importa tu ropa, la legalidad del ADN de tus Ray Bans, tu cargo en la tecnocracia ni nada. Un argentino, tres en este caso, pueden disfrazarse de la embriaguez para absorber la alegría húmeda del ambiente, para caminar entre esta rara gente que te plantea la Otredad en la comida con la que se criaron y en la alegría también metafísica que poseen. Caminás como ellos, te reís, te sumás a las jodas callejeras, conversás con falsos delincuentes, pero sabés que hay una cuenta regresiva en la cual terminarás siendo el tipo sentado que observa a los demás en la pista, en el casamiento del alguien que no sabés si nació.
La noche termina no con un golpe sino con la caminata por la basura y la fiesta, comprando cervezas y frituras para el segundo día.

2

Tres, cuatro horas más tarde, despertamos. Aún en un piso doce, hay ecos de una fiesta que sigue. Con Aven sacamos cervezas del minibar y salimos por el mediodía para Copacabana. Guille refiere vómitos, dolor estomacal, resaca. A la tercera o cuarta latão, nos encaminamos por la Avenida Luis de Vasconçelos (como lo hago ahora, por el satélite de google maps, en el cual incluso puedo caminar por las calles; google maps me ofrece el agregado de las fotos de una ciudad abierta, sin feriados, sin multitudes en la calle). La idea es ir a la playa de Copacabana a transitar la deshidratación con el sonido del mar rompiéndose pacíficamente consigo mismo.
–¿Tomamos un taxi? –me dice Aven.
–Hagamos una cuadra más –le digo. Y cruzamos la calle Valentim, en donde se nos aparece otra fiesta gigantesca de la nada. La rave del Mundial que todavía no es. Hay decenas de baños públicos, colas gigantes y unas entre setenta y cien mil personas en la calle bailando, jodiendo con disfraces, bebiendo cervezas. Todas las calles están cortadas en la ciudad fantasma. Esto es el centro administrativo de la ciudad, presumo yo, pero está sumido en una pacífica administración anarquista basada en el amor, el respeto y el alcohol. Aven saca la cámara de fotos para turistear con destellos artísticos, y la gente, los tipos disfrazados de minas (la mitad de la población masculina, en esta ciudad), las chicas sexys  disfrazadas de todos, los grupos de pibes con disfraz común (un grupo de brasileños iban con la camiseta argentina de fútbol y un cartel “campeones del mundo 2014”), posan ante él, quieren que les saquen fotos, en realidad están ahí para que les saquen fotos, para ponerse al servicio de la fiesta.

Le digo a Aven que los brasileños supieron absorber el anhelo de protagonismo del público de manera sana. Mientras acá el público se armó con bengalas, tres tiros y brigadización futbolística de la música popular, que terminó con casi doscientos muertos en Cromagnon, ellos, el público del Carnaval, están ahí, asumiendo el protagonismo de una fiesta, disfrazándose, tomando la ciudad, sintiéndose además la inercia de una tradición. (Nada que ver con la tragedia brasileña de Santa María, que no sucedió por la tensión público/banda.) Le pregunto a una chica que se nos queda hablando quién toca en el escenario ése que está ahí.
–Carnaval –me dice.
Si, si, le digo, pero quién es el artista.
–Carnaval –me dice–, ¿no saben lo que es el carnaval?
Salimos del Parque do Flamengo y agarramos por una vacía y post-apocalíptica Avenida Henrique, a razón de dos latas cada uno cada cinco cuadras. La ausencia de capitalismo formal hace que estemos caminando por una suerte de Avenida Libertador oculta. A las veinte cuadras, con geografía de fiestas, descubrimos una playa a la izquierda. Una paradisíaca playa con arenas blancas y un mar verdoso y con alguna basura. Hago plancha ante la inmensidad de lo que ocurre; la sucesión de cervezas me equipara con el espíritu brasileño. La vista es hermosa.

Luego comemos algo en un local playero de por allí, no recuerdo qué pero seguro tenía arroz y papas fritas, el constante de la comida brasileña random. Hermosos y un poco fatigados por el agua, recorremos en uno de los pocos taxis disponibles (un millón de turistas) hacia el hotel.



 3

 Guille está en la cama. Vomitó. Es la comida brasileña de mierda, me dice. Pero se levanta al ver las fotos de la jornada. Cuando ve los videos de esa rave avant la lettre que fue siempre el carnaval de las calles de Río. Cuando nos ve superlativos, constantes, brasileños. Se viste y salimos.
Cerca del hotel, a una cuadra y media, hay otra fiesta (cada cinco cuadras hay una fiesta multitudinaria en Río), un escenario en la estación Cinelandia de subte.
–Vamos a Copacabana –dice Guille.
¿Te parece?, le decimos, son dos, tres horas de sol las que nos quedan. Pero nos tomamos el subte hasta Ipanema.

El subte es otra manifestación nacional y popular de la alegría. Entramos y no hay lugar para nadie más. Frío polar de aire acondicionado. Río está lleno de aires acondicionados. Pero lleno. La gente golpea el vagón cantando, toman cervezas, se ríen. Con Aven  y Guille estamos pegados a la puerta del subte, el abismo con el afuera separado por la puerta. Se suceden las estaciones. Gloria, Flamengo, Botafogo. El subte sigue lleno, la fiesta se dirige a otra fiesta.
Cuando llegamos a la Estación, la puerta se abre. Aquí cambia todo el día. No sé si empujado, o por la borrachera, o por estar tan cerca de la puerta, o por la insólita distancia que, yo desconocía, existe entre el vagón y el andén, salgo, el pie resbala con su ojota havaiana y se clava en un segundo, la pierna entera, en el pozo ardiente que separa las vías de subte y el anden. Siento el golpe de inmediato, un dolor absoluto. La disipación del efecto psicológico del alcohol. Levanto la pierna. De la rodilla hasta la mitad de la pierna hay una quemadura gigante, y el músculo se inflamó cambiando de lugar. El dolor es inmenso, y eso que estoy embriagado. Me parece que se me cagó el carnaval, pienso.

Me arrastro hasta una pared. Un empleado de allí me dice que llama a los médicos. La gente se sucede, subte tras subte, como una medida de lo ilusorio que es el contexto cuando el cerebro te transmite la información del dolor. A los cinco minutos el empleado dice que es carnaval y que no hay nadie. A los siete minutos me dice “¿podés caminar?”. No hay nada que hacer. El estado anárquico del carnaval no acepta accidentes. Nadie desea leer la letra chiquita del contrato ni detenerse en las contraindicaciones del medicamento nacional. Salimos por Ipanema, yo rengueando. Caminamos buscando un hospital, las calles están abarrotadas. A la cuadra hay una plaza repleta de gente, otro escenario, otra joda. Un camión frena con hielo, le saltan ochenta vendedores callejeros locos. (En Río hacen muchísimo hielo, todo vive del hielo, y el agua de la canilla es lo peor del mundo. Conjeturo una lógica de los hechos.) Guille les pide hielo. Me lo pongo. La conjunción quemadura y lesión muscular no genera un buen maridaje cerebral con el hielo en el estado post-borrachera. 
Me siento en la calle. Guille y Aven preguntan por hospitales que no hay. Finalmente aparece el dato de uno que está cerca. Caminamos cinco cuadras y entramos. No hay nadie. Les explico torpemente qué me sucede, me dicen que me tratan por mil reales. Cuatro mil pesos. Tres mil con tarjetas. Me dicen que hay otro hospital público, me lo nombran. Los taxis no paran por la calle. Les pido si me pueden pedir un taxi por teléfono, asi voy pronto. Hacen como que sí, pero no. Finalmente nos vamos.

Decidimos volver al hotel en subte y preguntar allí qué hacer. Volvemos al subte. Cien personas agolpadas afuera de la estación ocupan la calle, sin duda personas que regresan a su domicilio luego de un día de playa. Un recital sin banda, otro más. Otras cien personas en otra cola, separadas por una valla. Lo que se ve es la punta del iceberg, puesto que la cosa es mayor dentro de la estación. Me meto entre la gente, rengueando, y logro pasar. Cuando estoy por entrar, luego de infructuosos pasos, me dicen que esa cola es para los que tienen la tarjeta del subte. Vuelvo como puedo y decido que es una locura pasar por ese infierno de dos colas de pelea para viajar parado. Además la idea de volver a ese subte no me es muy grata, por motivos más cercanos al lóbulo central que a la parte superior de mi miembro inferior izquierdo. Me meto en un locutorio para buscar la asistencia al viajero de la tarjeta que dejé olvidado en el hotel. Aven entra gritando “frené un taxi, frené un taxi”. Entro al mismo, con gente que se quiere meter, las calles llenas de gente.  Me meto, Aven dice “andá, yo después voy con Guille, que no aparece”. Se va. Le digo al taxista que espere un minuto, que viene un amigo. Pasa un minuto larguísimo, con gente que piensa que bajo y espera al lado del taxi. Diviso a los pibes, les grito. Corren y suben. Salimos para el Atlántico Business.

4


Vamos a la habitación a relajar un poco. Después de todo, hay dolor, la pierna izquierda es un 50% más grande que la derecha, pero puedo caminar. Probablemente sea algo muscular. No obstante, la quemadura, sus bacterias y el dolor con la atenuación del alcohol de la herida me preocupan. Decidimos ir a comer, son las 20 hs en Río, 19 hs en Argentina. Comemos en el hotel, arroz, queso, pollo, fiambres, carne. Treinta y cinco reales por comida libre. Bebemos una cerveza bohemia, la melhor do Brasil, cada uno. Les digo que yo me voy a un hospital a sacarme de encima esto, para ver si las vacaciones siguen su camino o si hay que ocuparse de eventualidades de hueso.

En el Hotel nos dan dos nombres de hospitales, el Español y el Souza Aguiar. Quedan cerca, pero como está todo cortado y cercado por el Carnaval, no se puede ir en taxi. Nos refieren que el segundo es público. Voy al Souza Aguiar, les digo, ustedes quédense acá. No, vamos con vos, no te preocupes, me dicen. Tenemos que ir en el Metro, el Subte. Nos dicen que es la hora justa. Ya hay menos gente. Vamos desde Cinelandia hasta Central, tranquilos. En el subte van comparsas de la calle, cientos de personas que se mueven en grupo disfrazadas, bebiendo cervezas. Salimos de la estación Central, la cercana al Hospital, y es una locura total, una enfermedad absoluta, una fiesta desmesurada, una cosa que no sucede. Imaginen la 9 de julio llena de gente, con el medio de la calle vallada, y un carnaval en el medio, comparsas, gente. Y el hospital quedaba cruzando la calle. La estación, esa noche, parecía Boulogne, Constitución, un recital del Indio Solari. Las calles abarrotadas, cervezas, puestitos. Tenemos que cruzar pero no hay lugar. Vamos a la derecha, hay que caminar como diez cuadras y el cruce es subiendo las escaleras, nada lindo para la pierna inflamada, quemada y rengueante. Un caminante nos recomienda ir por la izquierda, y acierta. A las pocas cuadras cruzamos y cuatro cuadras después, en el submundo oscuro de calles normales que parecen la resaca de una fiesta de disfraces gigante, entro al Hospital Souza Aguiar.

Tuve que hacerme entender de modos insólitos con un doctor, mostrando la pierna, hablando del metro. Me mira y me dice, ok, y señala una administración. Allí hay una señora plácida con la cual hago el juego de gestos y palabras. Al rato me toman los datos. Toman como apellido mi segundo nombre. Vuelvo al doctor y le muestro la ficha. Se levanta y me lleva a otro. Le comento al mismo. Señalo la pierna. Me llevan con tres traumatólogos. Uno se burla porque no entiendo y termina preguntando en inglés. Otro toma la posta y me hace la orden para los rayos X y otras cosas. Me dice que primero me va a ver un médico y luego me dan las órdenes. Me llevan a otra pieza, llena de gente descartada del carnaval. Un tipo atado en bolas, gritando. Una mina con un cuello ortopédico y un ojo morado y su esposo con cara de amable. Dos tipos con heridas y la ropa ensangrentada, absolutamente ebrios, casi cayéndose. Me siento absolutamente solo, viviendo una resaca horrible. Le muestro la orden a una enfermera. Me inyecta un líquido transparente gigante. Le pregunto qué me inyecta. No me entiende. Veo la orden y el médico me había recetado vacunas para la poliomielitis y demás. Debe ser por la quemadura. Salgo de ahí y me mandan al tercer piso. Sólo hay una niña de quince, dieciséis años, con una chica de dos o tres con una herida en un brazo. Me siento y miro mi celular. No hay señal en Río. Nunca. Apago el celular y lo prendo. Cada tanto recibo un sms de Movistar roaming, que seguro me los cobraran a precio dolar, con ofertas. Juego al block`d, un juego que viene con el celular y en el cual ostento el record de 936.369 puntos. Viene la señal en forma de mensaje de texto con promociones. Le mando un mensaje a mi novia diciéndole que la amo. La niña de tres años vomita en el piso. Busco algo para limpiar. No hay nada. Veo a una señora con las órdenes para los rayos X. Hace tiempo mirándolas.

Al cabo de media hora me sacan cuatro radiografías de pierna y rodilla. Me las dan y vuelvo al cuarto horrible, en el cual suena el samba indecente que es la cortina musical de Río. Tengo que esperar al traumatólogo que me hizo la orden. La policía se lleva al negro desnudo que está atado. Llegan otras víctimas del carnaval, los vampiros descartados de la fiesta cuando se hizo de día. Espero. A los veinte minutos viene el traumatólogo. Para mí es Dios, Zeus, Todo. Me lleva a un lugar, ve las radiografías varias veces, con diferente luz. “¿Tudo bom?” le pregunto. “Mais o menos”, me responde, con una sonrisa cínica. Me receta diclofenaco, cada ocho horas por cuatro días. Hielo no más de veinte minutos las primeras veinticuatro horas. Al parecer es muscular, tendré que vérmelas en Buenos Aires, pero por ahora no hay yeso. Listo. Todo bien. El médico me hace caminar todo el Hospital hasta una ventanita. Le doy la orden a un tipo ahí y me da gratis la medicación.

Salimos de la clínica, Guille y Aven están destruidos también, se tomaron varias botellas de agua. Un taxi nos levanta pero dice que no sabe cómo ir. Nos deja en el cruce de la comparsa. Les agradezco a los muchachos el acompañamiento. Entramos a la estación de trenes que está sobre la de metro, y centenares de personas de diferentes comparsas se mueven disfrazados. Es una película de Kusturica más fría, en donde el infierno es la alegría de los demás comparada con la Nada. En diez minutos estamos en el Hotel.

Agotados, yo con el hielo del mini bar, tomando la pastilla, veo la hora y pienso que no pasamos ni un día en Río de Janeiro. Le propongo a Aven buscar en google ver canal 2 online para ver El Programa de Fantino. Afuera el carnaval sigue rugiendo.

jueves, 7 de febrero de 2013

Post mortem 1 . Negro virando a grises



1.

Boris me putea porque no lloro, intelectualizo las emociones. Estamos en una pileta y anochece. Una perra, con el mismo nombre de la perra del muerto, me araña el cuerpo. El muerto está ahí, arrodillado en un bosque en posición budista, en una foto posteada en facebook. Está en videos abrazandome, en videos subidos por él. En fotos de mi celular, hace tres semanas. Pienso en la tensión de intelectualizar las emociones, arrojada esta tensión en una carta de suicidio, en otra carta de suicidio un minuto más tarde, ver las letras, pensar si se releyeron estéticamente por su autor, conjeturar si fueron manuscritas o escritas en computadoras, el proceso de impresión, la red de etcéteras posteriores.

Hay un abismo entre la vida y la muerte, más allá de la obviedad del plano. Es que la muerte es un lugar común (desde una perspectiva literal, geográfica, el no lugar, común a todos), el Tema. Cuando te avisan que un amigo tuyo se pegó un tiro con una escopeta de 40 años, no lo creés, pero lo creés. Y lo llamás para ver si te contesta. Y no contesta nadie.

2.

Aven me manda un sms: “No tenemos que dejarlo salir más así”. Habla de Boris, golpeado por el evento y luego por policías. Le respondo: “Un bajón. Esta boludez del rock and roll, esa mala traducción del romanticismo alemán hecha de reviente, hay que aprender a dejarla atrás”.
Cada texto, cualquiera sea, se escribe en primera persona del singular.

3.

Hay que agarrar la muerte y volcarla en todos lados. Pero, lugar común, la muerte ya está arrojada en todo. Y entonces eso molesta de la Muerte (además, obviamente, de que ir solo a algún lugar es no ir a ningún lugar): cuando aparece, acá nomas,  en alguien que extrañamos; que nos recuerden que nos formamos desde la mortalidad, que nos recuerden que todo está todo el tiempo volcado de miedo, de muerte, de Nada.

4. Anti Kant

Guille me comenta que soñó con Malcolm. Yo soñé que me apuntaban con un arma. Le comento que ahora va a estar presente, porque está dentro de nosotros, es nuestro. No una persona que no responde un sms, un pibe libre que se puede ir a vivir a Santiago del Estero y si quiere no te ve. No, ahora es una parte de nuestro cerebro.




5.

El proceso violento de ruptura con ese ser humano me llevó a la pérdida de ese cuerpo, afectada también por los procesos químicos que suscitaban y desataban cada encuentro que tenía con él. Desde el 12/10/2012, 18 sms de él a mí; 18 sms míos a él.


6.

Me gustaría saber cuál es la estadística del tiempo que transcurre entre que alguien escribe cartas de suicidio hasta que sucede el mismo. Pensar en que transcurran semanas, meses, años. El papel de las señales públicas también desencadena una inercia retroactiva muy alta: lo que hace dos noches me parecía imposible, hoy me suena inevitable.

7.

El barrio lo volvió un pacífico antihipster. Fue obsesivo en sus consumos de todo tipo. Sólo escuchaba cinco o seis artistas/bandas, con seriedad implacable. Monógamo de vieja escuela. Fue clásico. Un elegante caballero clásico que tomó en cuenta la dimensión estética de la cultura rock de los noventa. Respetuoso de las decisiones de vida de los demás, se volvía intolerante con pequeños rasgos ajenos como la música, el mal humor, la presencia de alguien que no fuera del entorno más íntimo. Moralmente normal, políticamente conservador, misógino con vacaciones de derechos humanos. Afecto a la doble vida, salía con nosotros cuando dejaba de estar con su novia o sus amigos del barrio (el barrio post-noventoso: esa esquina de planes químicos sin deseos existenciales), y abandonaba nuestras noches, de improviso, para proseguir en otros lares, públicos o privados. Afecto a la separación, se drogaba en privado y separaba ámbitos sociales.

8.

Pensar en alguien y que se te aparezca un cuerpo con el pecho abierto desparramado, en el piso con cartas de suicidio, la novia llorando enfrente y el hermano bajándose del auto. Ese pibe que amaste, tu compañero de banco de secundaria y de viaje ricotero, estuvo quince minutos agonizando, y cuando ve a su hermano bajar del auto, hace contacto visual, y muere.

lunes, 4 de junio de 2012

La ideología de Internet #1

1. Bilderberg como el fiscal Stress era


En su Historia de la sexualidad, Michel Foucault hace pie en la diferencia que generó el capitalismo con los códigos estrictos en el trato de la intimidad a diferencia de siglos anteriores. La intimidad se recluyó en las parejas y eso cambiará de nuevo (o ya cambió), volviendo a como fue “toda la vida”, en el estado natural de la humanidad.

Le digo a Marto Santabaya que mi teoría neófita es que twitter es el ingreso del mainstream a internet. De las categorías ajenas. Los que son unos capos allá en la vida ingresan jerarquizados por el escalón seguidores/seguidos. Antes el formato era la horizontalidad. Hasta facebook, que tuvo que mutar de amigos a figuras públicas en algunos casos, para que el Ego se pare sobre el banquito, y el efecto derrame traiga millones de generaciones anteriores a los usuarios hasta el momento (Justin Bieber). Y entonces en internet entró la jerarquía y ése es el primer paso de la SOPA, el bloqueo a servidores de almacenamientos y demás. Entró el Mundo exterior, con sus leyes, su orden de preferencia y gloria, su ética. La gravedad, de gravitatorio y de grave, en internet, es que la red, la forma, está supeditandose a las jerarquías ajenas. Twitter comenta la tv mientras la tv reproduce los tweets. Con internet sucede también que pensamos desde el alter ego y la vida nos da un cachetazo de realidad. Y eso es lo hermoso. El extrañamiento de la vida. La realidad en su peso exacto, fuera de las teorías del medio. 

¿Qué tienen en común la cola del primer McDonalds en Rusia, el fracaso de Google+, quemar las camisetas de Tevez del Manchester City y Onda Vaga? El sentimiento de no querer quedarse afuera de no querer entrar. La sinécdoque Onda Vaga. Primero estuvo de moda que te gusten. Luego estuvo de moda que no te gusten. El pionerismo hipster que es nada menos que el lobby feróz de la cultura aspiracional web, con la definición de uno mismo cambiando todo el tiempo. La formación de la personalidad en la conjunción de links ajenos, no muy diferente del escalonamiento snob por consumos culturales o del separamiento de grupos por unión de símbolos.

2. Rockefeller soundsystem


Londres2012 en las futuras profesías net autocumplidas del mundo. Juan Santos se viste de vengador post-apocalíptico navegando por internet en busca de fantasmas internos, siempre encontrables acá nomás. Es un compañero laboral que vive a pocas cuadras, y con quien coincidimos en el viaje de ida y vuelta en el colectivo, en algunas ocasiones.

Me habla de los masones, de sus ritos; de la cantidad de símbolos que dejan penetrar en la cultura popular. De los iluminatti y de sus simbologías transmitidas desde el mainstream pop internacional. De sus enemigos.  De la vacuna para dejar estéril a la humanidad, vendida desde antes como salvadora, a lo –o como ejemplo– la de N1H1 (“no te vacunes, acordate”). De todo. En su discurso, encendido, voraz, inmensamente presente en nuestros encuentros, subyace la creencia en el escepticismo. El descreímiento como una fe superior que contradice la existencia misma de esa lógica. Junta imanes en la pared para potenciar cargas energéticas, mientras edifica pirámides de cinc cargadas con elementos poderosos. Compra de a decenas discos rígidos rotos para usar los imanes. Refiere que poniendo un imán al lado del tanque de gasolina, la carga de iones se reordena y la nafta te dura más tiempo.



Me dice que Theodor Adorno escribió las letras de los Beatles para subvertir desde un canal popular las costumbres occidentales.

–Yo tampoco lo creería si me lo dijeran de mi banda favorita –me dice.
–No es eso, boludo –le digo–… Es por Adorno. Justo Adorno. Es como que me digas que Claudio María Dominguez le escribió las letras de los redondos.

Hace un año me advirtió de las profecías de internet sobre el Juego Olímpico de Londres 2012. Supuestamente habrá en la inauguración un atentado que será el comienzo de la guerra entre EEUU, Rusia y China. Pienso que Julio Grondona es un visionario que enterado de la tanganeta hizo que Argentina no participara en fútbol para salvar la vida de Messi.



Me comenta de un chino que le hace tratamientos quemándole el cuerpo; me habla del Grupo Bilderberg, quien regula un próximo orden mundial y necesita reducir la población; me refiere que está por pegar un contacto para hacer un rito de ayaguasca y peyote; habla de agujeros en los polos denunciados a Google Earth; denuncia el asesinato de comunicadores contra-sistema en EEUU y de campos de concentración con Guantanamo a la cabeza; me dice que la tragedia de Once fue arreglada por el gobierno y por eso un cadaver (hay nombre pero se evita porque usted sabe cómo es esto de la realidad comprometida que bien tiene que seguir ajena a este retrato) se encontró accionando un freno; sostiene que hay una máquina que controla el clima y que generó el terremoto en Chile y en Japón; afirma que con U$S 50.000 se puede construir una nave con motores antigravitatorios.

Vuelvo a pensar luego de mucho tiempo en Lost, que fue pionera del pastiche conspiranoico, que lo hizo mal; su virtud fue ver desde el interlink, y luego de Santos ya pienso en google como lector ideal. También, la conspiranoía de la conspiranoia, gracias Zeitgeist, se me presenta como un foro de post-Lost. En la mitología griega los Dioses caprichosos bardeaban al indefenso humano. El capitalismo es un buen enemigo para quedarnos sentados resignados por su anchura emocional. La hiperconectividad nos devuelve el fin de la intimidad capitalista y es el tiempo. Estar conectados equivale a ir a la ciudad hace dos siglos. La red tiene la forma de la forma.

Juan Santos es el ejemplo del mundo interior. Una persona que no muestra los ases en la primera mano, lo cual es atractivo para cualquier relación. Una vez dentro del círculo, uno se encuentra con la ideología de internet, los resquicios de una libertad extraña y contradictoria cuya puerta es una empresa de telefonía, de cable, o el aire municipal. Un campo de observación en donde todo dejamos registrados y que en su forma se nos presenta como algún grado de libertad. Parravicini dibujó el atentado mientras Nostradamus advierte el terremoto en Italia. Alguna vez, todos, como el reloj roto, tendremos razón.

Chocar con el auto contra una pared todos los días a la medianoche sólo porque te gusta el airbag de almohada.

lunes, 7 de mayo de 2012

San Lorenzo y Dylan sacandole granos a un teclado nogalet


Guille me dice que quiere que pierda el Cuervo, para que se complique su lucha por la permanencia y se dirija a jugar a la categoría B, con la descalificación que ello conlleva. Es un hincha de Boca, que es la Derecha en el deporte, y sus intenciones tienen que ver, por esa diestra condición, con razones individuales.

El fútbol es un falso y meta reparto de gloria y poder que se actualiza constantemente, el cual se mide por variables que poco o nada tienen que ver con la justicia. El gol, un acto poético más parecido a un facaso que a un orgasmo, es un accidente casual o causal, y de su entidad depende poco (aunque se quiera creer lo contrario) la historia o la relación que tenga cada uno con la belleza. 

Cuando se habla de futbol se habla desde una posición de poder, primero; luego se entablan discusiones proto-estéticas o de justicia (al estilo de Carrió: desde el denuncismo matriculado, la resignación por las mafias y su relación con los resultados, etc.). En esa balanza, Boca Juniors es la Derecha. Posee el visto bueno de los medios, quienes quieren ubicarlo en las posiciones más altas por beneficio propio; entabla históricamente las prácticas más chantas que puedan deparar en un triunfo que duela; tiene una estadística arbitral que habla por sí sola; posee una fuerza de choque que sirve de brazo armado y etcéteras que tienen desde la forma del mandato de Mauricio Macri, hasta bemoles de sinécdoque como los festejos de Sofovich, Pergolini y “la mitad más uno” (en el mejor de los casos: vocación de poder). Y la confianza del hincha de Boca recae en cuestiones de historia pero también de potencia de la misma con el cristal capitalista (ahí reside la tragedia que vive el hincha de River, que se descubre sin poder pagar la hipoteca del palacio de cristal del que era dueño). 

Un personaje llamativo que se identifica como Ruben Casla puso hoy ante sus contactos una muestra más del sufrimiento por la agonía que vive San Lorenzo de Almagro. El ser humano necesita la ilusión de control sobre eventos que lo trascienden y el bueno de Ruben lleva un gorro que le trae suerte y va a la cancha a los partidos del campeonato y de la copa argentina. Lo cierto es que salvo que se alteren los átomos en los cuales acontece el partido, nada puede hacer un tercero por el resultado de un partido. No puede cambiarlo, modificarlo, alterarlo. A su condición, el resultado del partido ya ha sido escrito. Ya le cobraron, antes de que vaya a la cancha, un gol inaudito a Colón contra San Lorenzo, un gol que nació pase, sin identidad, y ganó ontología desde la maestría poética del sinverguenzas de Abal. Ya sucedió, también, el gol de Banfield a los cuatro minutos del tiempo suplementario, empatándole el partido a San Lorenzo. Son cosas que sucedieron antes (e independientemente) de que Ruben Casla decida ir a la cancha. Hechos autónomos sobre los cuales no tiene control. Éstos, sin embargo, lo angustian personalmente, porque es su moral la que está en juego por terceros. Cambian sus átomos en un gol de San Lorenzo, pero él no puede alterar lo que suceda con San Lorenzo. Ésto, seguramente, es la agonía. Esta pulsión de muerte escondida en eventos cotidianos, este ateísmo evidente en el caos misticista que tiene entre otras cosas la contratación del gran Ser Humano Caruso Lombardi (yo antes afirmaba que Jesucristo es el Caruso Lombardi de la Historia; hoy podríamos afirmar quizás lo contrario).

Le decía a Aven que había que ir a la cancha a ver al Ciclón, ahora que en mi trabajo me van actualizando la data de su pésimo presente. Ya pasó la campaña nefasta de Asad, ya pasó el esfuerzo trunco de Madelón, y Caruso tiene la mística de la joda. Ir a la cancha, de joda, para salir de joda. Pero Aven no tiene un gran presente. Me dice: “Buscamos la intensidad en otras experiencias porque la del amor es tan infinitamente dolorosa que la eludimos, o la tenemos en plazos cortos, para evitar la unión absoluta del dolor con uno mismo en todos los tiempos posibles del recuerdo, la desesperación”.  

Estamos en un bar a los gritos, luego escapando de un trabajo, luego en mi casa, o en Guerrín, o en una fiesta en Chacarita. Pero nada cambia. Me ilustra una anécdota con su profesor de violín. Este le dice: “Las mujeres desde el principio saben lo que quieren, estabas conviviendo con alguien que no era auténtico. Lo único que podés hacer es disfrutar de los buenos momentos mientras se apegó a vos, luego ya está. Las minas lo primero que hacen es construir el nido, eso les lleva mucho trabajo, y tardan en desintegrarlo. Van a dejar hasta que las prendas fuego, son capaces de seguir hasta que las mates. Tienen la capacidad de cambiar, de adaptarse, de modificarse, el hombre no, yo te puedo obligar a hacer cosas que no quieres, las harás pero vas a sufrir toda la vida, en cambio la mujer puede cambiar, el problema es que luego no saben quiénes son cuando están solas. Lo importante es que vos no cambies, que sigas con el violín, que no se aleja nunca, bueno, más allá del violín lo que quiero decir es que esta actividad es la que te define.”

Tomamos un vino y medio antes de entrar a ver a Bob Dylan en un teatro del centro. Antes varias cervezas. Aven se da vuelta en Guerrín presintiendo fantasmas presentes. Cuando es la hora caminamos esas pocas cuadras y entramos a la fiesta del pasado, al estado de espectación sanlorenzista de todos los domingos, pero ahora es el Tiempo el que se hizo presente, en forma de facazo, no de orgasmo.

Nos mandábamos mensajes de texto con Aven mientras tocaba Dylan en el Gran Rex, o la versión Pato Donald de Bob Dylan haciendo temas de un futuro disco “rockabilly and Dylan”. Yo estaba en el centro del super pullman, fila 6 al medio. Él en la misma fila a diez metros a mi derecha. Vino una vez a mi lugar porque yo había entrado las cervezas compradas en el quiosko de al lado en mi morral, y luego ya hice contacto con quienes me secundaban en aquel hermoso espacio geográfico. Imaginaba que si estallaba afuera una guerra nuclear y pintaba una improvisada cuarentena, aquél era un lindo espacio, por la arquitectura y la gente presente. Me había cruzado abajo a Arnedo, seguramente había más etcéteras etcéteras etcéteras. En un momento, supe iniciar un cántico justo que rezaba “olé, olé, olé, olé, Judas, Judas” que fue repetido con risas por parte del coqueto sector. Dylan vestía el sombrero que tiene el lustrabotas de la calle Florida y caminaba como Munstock en un conocido sketch. 

En un momento voy al baño y confundo una escalera, y entro y estoy en el piso principal, con Dylan a pocos metros. Vuelvo en busqueda de cerveza. Le mando un sms a Aven “es ésta y después Blowing in the wind”. Lo que sigue no merece ningún relato épico.

Cuando estábamos a dos cuadras, entrando a un bar, un grupo de jovenes nos previenen que ahí no había mucha gente. Aven ingresó con más fuerza y yo les dije “acabamos de ver a Dylan, así que peor que eso no puede ser”. 

–¿Ah, si? –me inquirió una joven–, mi hermano dijo que le gustó.
–Charly García, ahora, es un avión al lado de Dylan.

Los jóvenes entendieron perfectamente a qué me refería. En ese mismísimo momento, lunes a las 00 hs, estaba haciendo locuciones para un programa de jazz latinoamericano (@robadoelmar), en FM Mundo Sur, 106.5. Para ese programa me reúno en la casa de Guille a grabar mientras miramos San Lorenzo-All Boys.

Gigliotti no cumplió la ley del ex. Con Guille conjeturamos que la derogó el poder legislativo algunos días atrás. Y cuando Caruso cambió a Gigliotti por Bueno, especulamos que “hay una ley del ex dando vueltas” y que puede recaer en Jonathan Ferrari. Se tilda rápidamente de Topo a Gigliotti, que le robó un gol a Salgueiro y que jugó para All Boys el tiempo que lo dejaron.

San Lorenzo se fue a la B, o se quedó. Hay que ver qué balanzas inclinan qué realidad externa. El clasismo, interno, condenado a extenderse como una metástasis fiel.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Palestina Kosher: Todos nazis

Un poco de amor, de los animales, cuando muramos todos.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Spinetta 2012


Lo primero que pensé cuando informaron el cáncer “en estado terminal” de Spinetta es que el estado circular de las cosas hay que evitarlo. Es una estupidez de metafísica simbólica de mercado, pero se me apareció en el cáncer el final del círculo: el cierre en Velez en donde todas las bandas de su vida se juntaron a poner puntos finales en todos lados, acaso con la salvedad de la puerta abierta de la canción de Van Gogh de los Puentes amarillos. Obviamente estamos hablando de sentidos involucrados a la resignificación constante, o sea de cosas que no existen más allá del lenguaje que las crea. Pero ahora el lenguaje crea –en el sistema de pensamiento popular– sistemas de medicina y de referencias numéricas àlla Wittgenstein y ya todos piensan desde las materialidades del símbolo en cuanto a universos regidos entre otras cosas por el quantum, en donde la existencia se prolonga hasta que no pueda más, o deba más. Es un vicio del periodismo buscar siempre el fondo de lo que vendrá, el tema oculto, la última foto. El periodismo post-mortem comienza antes de la muerte.

En fin. Lo segundo y muy extraño que se me vino a la muerte, ya en ese primer momento de hijaputez de primicia, fue que no sentía pena por él. No me daba lástima que tenga cáncer, no lo veía desprotegido ni frágil. Sí sentía el carácter injusto de que muera alguien que tiene a sus padres vivos, y que se muera posiblemente el músico vivo (qué importancia cobra esa palabra desde que Charly García dejó de escribir canciones) más notable de este país. Pero pensemos en una persona.

Pensemos en una persona que tiene la fortuna de nacer. Y de nacer sin complicaciones económicas. Y que tiene la fortuna de nacer con un gran talento. Y que no trabaja de otra cosa en toda su vida que de lo que le da placer. Que es darle forma a códigos de observación y de intuición, de una manera impresionante, compleja (que lo acerca desde otro plano a músicas populares complejas de la zona, como el tango la bossa nova), personalísima (qué otro deseo para un articulador de sentidos y tonos comunes) y aceptada y respetada por el público y sus pares (el Coro Griego del recital de las Bandas Eternas, elevados en su conjunto por Spinetta a la condición de “genios” en la presentación con posiblemente buena intención pero un sentido de planicie para con esas personalidades tan diferentes).

Esa persona tiene una familia numerosa y feliz. Y transita ámbitos de drogas recreativas sin rendir cadalsos temporales públicos ni eternos privados. Esa persona tiene relaciones con las mujeres más hermosas a las cuales puede acceder y vive un aviso de muerte que lo ubica en un coletazo de despedida (porque sí, hay un arte consagrado a la desesperación de saberse mortales, más allá de intuiciones comunes. La melancolía de Lars von Trier fue antes la búsqueda de control en John Sacramoni cuando enfrenta al cáncer en Los Sopranos, y antes la sombra de Unamuno en personajes contemporáneos, y antes los sistemas de excepción de los demás de Kant, y el epílogo de la locura en Nietzche, y el planteo de la eutanasia en, por ejemplo, el último libro de Houllebecq, y seguirá siendo, la desesperación de la confirmación de la muerte, el aletazo al control que nos propone no saber nuestra muerte pero sí sabernos fatales).

Esa persona se tomó un ácido y fue a parar el tránsito en bolas en Belgrano. Luego se envolvió de varias místicas. Luego se negó la despedidas con nuevos giros de lenguaje. Finalmente murió en paz rodeado de amor.

Todos tenemos fases imprudentes de los demás en nosotros, y cierta fibra que intuye infiernos ajenos, y repartos inmerecidos de gloria o de respeto. Y establecemos en los demás un universo de caos sin tiempo en el cual si hay causa y efectos, éstas no se corresponden entre sí. Y nada vuelve. Y todo ya pasó. Personalmente, considero a Spinetta esa persona que deja las tensiones en pausa. Y creo que su obra fue abismal, si es que algo importa algo, mientras seguimos vivos, ese segundo que ya pasó.

martes, 3 de enero de 2012

el randomplay de la Parca






Zólo Teatro escribe infernalmente en su MURO: "ESTADISTICAMENTE HABLANDO la muerte de Rapoport hace menos probable una muerte cercana de Spinetta. NO ESTOY DICIENDO QUE ÉL LO MANDÓ A MATAR. Es lo que dicen pero JAMÁS lo reproduciría en un foro público."
Un comentarista sagaz pregunta "¿estás hablando del random-play de La Parca?" 


Muevo el teclado y se pierde el sonido, por la conexión deficiente del parlante. Subo audios que alguna vez sirvieron de separadores radiales del programa de Guille hace dos años ahora, un año el pasado 2011 de hace unos días.



Relaciones futuras (el elemento de persistencia según Sigur Violatti)

En el futuro hay viajes temporales y por ende espaciales, pero regulados. El ejemplo lo dan los átomos, el espacio físico. Entonces uno puede ir a un recital que no se llenó en el pasado, ser ahí donde había aire (obviamente se condiciona el espacio, pero no se presentaron grandes inconvenientes). Lo que determina esta práctica, con el conocimiento, es que una banda sabe si triunfará sólo presentándose a su primer recital. Si está absolutamente lleno, es porque esa banda (en Hamburgo, en Lugano) luego será muy grande, y gente utilizó su viaje para verla. Así que todo es un viaje ya iniciado.
 




 
El pluralismo según el espejo

Quiero ser injusta, dice ella cuando habla. Quiero que el gesto hable, afirma no obstante el mitómano, en un gesto que desea último. La búsqueda del trato especial es la del Ego. Una la busca, otro lo encuentra. 




 Memorias de Vronski


cuyo 576

año nuevo

Eso dice un archivo de hace dos años encontrado hoy. Resulta que esta noche también es la última del año y no recuerdo qué sucedía en esa dirección. Sí recuerdo a Rodrigo Sirio pasando el año nuevo solo en un tren rumbo a Tucuman. Siempre me gustó esa imagen, la fraternalidad que imponía con sus desconocidos compañeros de viaje, el hecho de terminar una convensión en un lugar y comenzar otra en otro diferente.
Ahora soy yo el que estoy solo en la noche de año nuevo. Podría estar en el festejo de mis padres, o en el de la familia de mi novia. Pero siempre, de niño, me intrigó la absolución del delirio del año calendario, que sirve para disfrutar nuestra leve existencia con acentos todo el tiempo. Me imaginé en la terraza, con un champagne, casi en bolas, iluminado por los fuegos artificiales






Postal preaborigen


Nos juntamos con Aven en Retiro a las 13.45 hs. El tenía los pasajes en micro ida y vuelta a Tandil, yo tenía las entradas para el recital que daría el Indio Solari al día siguiente.
–¿Trajiste el comprobante de pago al hotel? –le pregunté.
–No pude imprimirlo –me dijo. Así que pasamos por un cyber, imprimimos la imagen escaneada que me había enviado el día que lo pagó. El recibo lo había perdido. Nos quedaba media hora, así que nos sentamos en un bar de por ahí y tomamos una cerveza, luego en otro de ahí bebimos otra de tres cuartos y de repente entramos al micro Condor Estrella en una versión de suite cama o algo así, que es como sacarle a un micro la mitad de los ascientos y hacer que todos estén más cómodos. Eran filas de dos ascientos a la derecha una fila de ascientos individuales. Estábamos al fondo del piso de arriba, con lo cual la máquina del agua y café nos separaban de ese asciento vacío.
–El que se siente ahí va a tener una fiesta –me dice Aven.
–Si, pero, ¿quién viaja solo?
–¡Yo! –responde un hombre que transita los treinta años y que provocó carcajadas en nosotros. Aven ya había sacado el Jack Daniels que tomaríamos en un 95 % en el viaje a Tandil–. Pero allá me espera la banda.
–¿Maestro, usted quiere? –le decimos al desconocido que viajaba solo, mostrándole esa hermosa botella.
–Pensaba empezar cuando llegara, pero veo que empezamos más temprano.
Así que antes de que el micro arranque ya eramos tres personas al fondo tomando whiskey. Dedicamos parte del viaje a escuchar la música de mi celular en random perpetuo: Cartola, Yoko Ono, Flaming Lips, Loquero, Fumuj, Pop Levi, Gogol Bordello, Leaf Hound, Juana Molina, Motorhead, The Fireman, Riff, Sam Buttera, Thousand Codes, mucho George Harrison, Scott Weilland, Carlos Vives, Almafuerte, Atomic Rooster, Auroramas, Beastie Boys, Elliot Smith, Fantasmagoria. Dedicamos parte del tiempo al mp3 de Aven que tenía Violeta Parra (“mezcla de Syd Barrett y Juana Molina”).
Muy amablemente la tarde fue cayendo mientras se sucedían los mini vasos de Jack Daniels con Agua mineral, Coca Cola Light y agua de la máquina. Comíamos pan lactales con jamón, salame y queso que muy amablemente había llevado Aven. El amigo desconocido se nos rebeló como Mauro y nos contó que llevaba cocaína para su grupo de amigos (“el tercer huevo”, la llamó, por la zona en el cual guardaba la tiza) y que por tal motivo era muy esperado y lo llamaban por teléfono para garantizarle un auto que lo buscaría. Mauro era de Junín y se quejó al igual que nosotros por el recital que dio Solari en dicha ciudad hace pocos meses, en el cual este servidor tuvo que caminar la friolera de veinte kilómetros y hacer como once horas de micro para ver al Pelado este puto. Pero bueno, por eso ahora a Tandil salimos un día antes y volvemos un día después.
La nobleza de nuestro amigo bebible más la esperanza de llegar nos alegraron la tarde noche de viernes. Caminamos desde la terminal hasta el Hotel Francia, aproximadamente unas veinte cuadras, observando las casas extrañas, el clima entre quieto y festivo y la esperanza que reina en el mundo un día viernes. Reconocí desde media cuadra antes el Hotel, por las fotos en internet, y encontramos nuestra habitación muchísimo mejor que lo que esperábamos: tenía tv, tres camas para dos personas, un mini patio, aire acondicionado. Nada mal para un hotel que en las guías de Tandil figuraba como una estrella. 





el Pudor de lo no nombrado

Fuimos a comprar dos cervezas con cosas para la resaca del día siguiente: dos botellas de agua, una botella de Gatorade, y una bolsa de snacks Pep (la vendedora nos avisó que probablemente sea “poca comida para tanta bebida”). De ahí al hotel, a beber cervezas, que despertaron hambre, así que con Aven terminamos decidiendo comer los cuatro sanguches que quedaban, a razón de dos por personas, y comenzamos la noche, cerca de las 21 hs.

De ahí salimos a Tandil, con la idea de conocer los bares. Le preguntamos a los pueblerinos por el centro y nos dijeron “vayan hasta España, de ahí a la derecha, a las cuatro cuadras a la izquierda”. Dicho y hecho, cuando vimos población digna le preguntamos a unos tandilenses cuál sería su destino en caso de estar ahí un día. Dudaban.
–Es que los bares son caretas –me dijo uno de ellos.
Entramos a un barcito parisíno que empezó pasando música modelo y se volcó a la cumbia. Tomamos dos cervezas Stella Artois y salimos. Llegamos a la peatonal, entramos en otro bar y tomamos otra cerveza. De ahí salimos y fuimos a unas mesas que estaban en la calle, que correspondían a un bar que estaba muy adentro. El dueño nos percibió aristócratas y luego de contarnos la historia de la ciudad nos regaló cervezas. A dos cuadras tocaba un grupo de rock de lugareños, hacia el fin de la peatonal. Otra cerveza. Y cuatro cuadras después una ominosa discoteca oficiaba su espíritu de intransigente mediocridad de dedo tocando el extremo. Salimos con un grupo de personas que auguraban la presencia de taxi para pasado mañana. El mismo nos sorprendió comprando un pancho mientras Tandil se reía.

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